Ficción de terror cotidiano 64 Casi caníbales



Publicada originalmente en: Casi Caníbales

La mayoría de sus juegos infantiles eran iguales a los de cualquier otro niño, la ronda, escondite, tenta y la llevas, aguantar la respiración por más tiempo o contar automóviles de determinado color, cuando pasaban por la transitada calle donde vivían. Solo podían ver esa calle a través de una ventana, ya que sus padres no dejaban que los niños salieran a jugar. Tal vez era para que no fueran a morir atropellados o temían que las demás personas les contaminaran la cabeza con ideas diferentes, a las que se vivían dentro de la familia Meléndez.
Pero otros juegos eran muy distintos, como por ejemplo, póquer apostando dientes de perro, donde los colmillos valían cinco incisivos y las muelas valían tres. Después de horas de juego, hacían el recuento de cuantos dientes tenia cada niño y ganaba quien tuviera más. Otro entretenimiento diferente, era el de curtir pieles de perros y gatos. Cada vez que sus padres despellejaban un animal para comerlo, hacían un sorteo, para ver cuál de sus tres hijos se quedaba con la piel, para curtirla. Las pieles favoritas de los niños eran las de los animales más peludos y esponjosos. Pero también le habían encontrado utilidad a la piel de perros como los chihuahua o los salchicha. En cuanto a los gatos, preferían a los angora y a los siameses. Su madre supervisaba el curtido de las pieles y cosía con una maquina industrial algunas prendas de ropa, que los niños usaban para disfrazarse de guerreros vikingos. Los niños sabían que estaba prohibido, enseñar sus disfraces a cualquier persona fuera de la familia.

El mayor castigo que uno de aquellos niños podía sufrir, era el de ser devorado por el resto de la familia. Esta era la amenaza más recurrente que su madre les hacía, cuando no hacían sus quehaceres o cuando se negaban a comer al animal domestico, que su padre había sacrificado. Esto lo hacían los padres, para enseñarles a sus hijos el valor de la comida y que supieran apreciar el esfuerzo que sus padres hacían por robar mascotas de los vecinos, atrayéndolos con carnadas o con hembras en brama, para después capturarlos, sacrificarlos, despellejarlos y cocinarlos. De forma que era severamente castigada cualquier forma de falta de respeto a la mesa.
Mauricio era el niño más pequeño y el único que conservaba cierta inocencia, fue él quien me contó el perverso mundo que sus padres habían creado a su alrededor. Sucedió un día sábado, en que sus padres salieron y dejaron a los niños encerrados bajo llave en su casa alquilada. Desde hacía un tiempo los más grandes, Gabriel y Daniel, descubrieron la forma de escaparse por una ventana en la parte de atrás de la casa e ir a caminar en los alrededores del vecindario. Habían desarrollado el gusto por fumar, a pesar de tener solo doce y diez años. Esperaban las conocidas y prolongadas ausencias de sus padres, para ir a pedir dinero a los transeúntes o a las tiendas cercanas, con lo que podían comprar cigarrillos. Se refugiaban en un callejón lejano y se fumaban, casi con desesperación, los cigarrillos obtenidos. Regresaban a su casa, sin olvidar llevarle dulces a su hermano de cinco años, para que este no los denunciara con sus padres. Siempre le prometían que, cuando creciera un poco más, lo llevarían también de paseo.

Ese día sábado, tuve la idea de lavar mi automóvil, así que lo estacioné enfrente de mi casa, que quedaba enfrente del apartamento donde vivía esta particular familia. Estaba entretenido acarreando agua y jabón hacia donde estaba mi vehículo, cuando escuché que alguien me llamaba: «Señor, señor».
Era el pequeño Mauricio, que había abierto una ventana con balcón que daba a la calle y se había subido en un banco de madera, para asomarse y ver la calle. Esto estaba prohibido por sus padres, aunque estuvieran ellos en la casa. Pero el niño se sentía aburrido porque no estaban sus padres y hermanos y no había en la casa, para comer, más que un poco de arroz con pedazos de un pequeño perro pequinés, que su padre había traído la noche anterior. Así que me estaba llamando, para pedir que le regalara un dulce o un pedazo de pan con mantequilla. Yo había visto a los vecinos muchas veces y pensaba que eran algo extraños. El padre parecía siempre estar bajo el efecto de alguna droga o borracho. Su cara enrojecida y su barba descuidada enmarcaban una mirada agresiva, que apenas gesticulaba un saludo, cuando se cruzaba con alguien. La esposa era una mujer de treinta y tantos años, con el pelo descolorido por el oxígeno, intentando parecer rubia. En alguna época debe haber sido atractiva, ya que aun tenía amplias caderas, pero sus nalgas estaban caídas y mal disimuladas por pantalones de lycra. Ella solía ser más sociable que su esposo y de vez en cuando sonreía, dejando ver los espacios en sus piezas molares, lo que le daba la apariencia de ser más vieja de lo que realmente era.
Lo que siempre me llamó la atención, era que sus hijos no parecían ir a la escuela. Pero en ese vecindario, la costumbre que predominaba era la de no meterse en la vida de los demás. Realmente me importaba poco. Pero ahora que ese niño me llamaba, me sentí en la obligación de acercarme y escuchar lo que me quería decir. Sin presentarse, ni decir «por favor», me pidió, es más, casi me exigió que le diera algo de comer, porque no estaban sus padres, ni sus hermanos. Me dio lastima de inmediato, pero también me indigné por el descuido de los padres. Recordé que tenía unos chocolates en mi casa, así que le pedí que me esperara un momento y fui a traerlos. La cara del pequeño Mauricio se iluminó al ver los chocolates, parece que eran su mayor debilidad. Luego de devorar más de seis, se calmó un poco y empezó a hacerme preguntas acerca de mi automóvil, «¿a qué velocidad corre?», «¿cuantos caben adentro?» y «¿si era realmente mío o solo lo estaba cuidando y lavando?». Me cayó tanto en gracia su pregunta que le dije que «sí, es mío» y añadí, «cuando quieras vamos a dar una vuelta». El rostro del niño esbozó una gran sonrisa, pero casi de inmediato la sonrisa desapareció, cuando recordó que sus padres no lo dejaban salir de su casa y además lo obligaban, siempre, a comer esa dura carne de perro. Cuando dijo eso pensé que estaba diciéndolo por el enojo, pero después siguió diciendo que, en el arroz que habían dejado para que comiera, solo quedaban orejas, el hocico y las puntas de las patas del perro, que eran las partes que a nadie le gustaban y por lo general le tocaban al más pequeño. Cuando comprendí que no estaba exagerando, sentí deseos de vomitar.

Sé que en países del lejano oriente es común comer perros, gatos y hasta ratas, pero en occidente esta es una practica considerada «bárbara». Darme cuenta que niños tan pequeños eran alimentados con mascotas me pareció de lo más repulsivo.
Mauricio me pidió más dulces y se los di, maquinalmente. Mi cabeza estaba en otro lado, procesando los hechos y decidiendo si hacer algo o ignorar todo y alejarme de allí. Estaba en medio de estos pensamientos, cuando la ventana fue abierta violentamente desde adentro, los hermanos de Mauricio habían regresado y llegaron sin hacer ruido, por lo que pudieron escuchar parte de la conversación que teníamos con el más pequeño, desatando su furia contra él. Yo di dos pasos hacia atrás, alejándome de la ventana. Los niños jalaron por la fuerza a Mauricio y le empezaron a pegar, mientras cerraban de golpe la ventana. Yo simplemente me di la vuelta, pasé recogiendo mis cubetas con agua y me encerré en la casa.
Mi corazón latía incontrolable y me invadía el disgusto y cierto temor. Imaginaba que los padres de esos niños serían capaces de cosas terribles para castigarles si sabían que su oscuro secreto había sido revelado. Pero también pensaba que podían tomar represalias contra mí.
Unas horas después vi, escondido tras la cortina de mi ventana, que se estacionó el automóvil de los padres y éstos bajaban con gran esfuerzo una jaula conteniendo varios perros. Algunos parecían estar dormidos, mientras
que otros presentaban golpes que sangraban en la cabeza y las patas. Quitaron llave de la puerta principal y entraron ruidosamente en la casa. Estaba oscureciendo así que se encendieron luces adentro. Después encendieron un equipo de sonido y lo pusieron con alto volumen. Las gruesas cortinas en las ventanas, no dejaban ver nada de lo que sucedía en el interior. Pero yo temía lo peor. Que los padres se enteraran de que el pequeño Mauricio me había contado su secreto y quisieran castigarlo, como él me había dicho, «comiéndoselo entre todos los de la familia». También tenía miedo que fueran capaces de atacarme y tal vez comerme a mí.
Esa noche no pude dormir, el ruido de su estridente música y el miedo hacia esa extraña familia, me hacían retorcerme en la cama, sin poder cerrar los ojos. Si me atacaban, nadie lo notaria por varios días, ya que vivía solo desde hacía años y además había tomado unas semanas de vacaciones en mi trabajo.
No me animaba a llamar a la policía, porque todo podía ser una fantasía inventada por el pequeño Mauricio. Era posible que aquel hombre, fuera una especie de veterinario y hubiera llevado esos perros, para curarlos. Se sabe que en la ciudad de Los Ángeles hay miles de perros abandonados viviendo en las calles y basureros. Tal vez, él los recogía y los curaba para darlos en adopción y si yo llamaba a la policía, los tendría de enemigos para siempre. La angustia era terrible, no sabía qué hacer.
Cerca de la media noche la música cesó y se apagaron algunas luces dentro de la casa de enfrente. Yo me puse a vigilar desde mi ventana en el segundo nivel, donde tenía una vista amplia del frente de la casa del pequeño Mauricio. Escuché que abrían una puerta y vi como los hermanos mayores sacaban bolsas negras y las ponían a la par del automóvil, que su padre había estacionado enfrente de su casa. Aparentemente entraron por más bolsas. Mi instinto fue revisar una de aquellas bolsas negras, para saber finalmente, si el pequeño Mauricio había dicho la verdad. Bajé corriendo las gradas, abrí despacio la puerta de mi casa y, agachándome un poco, me acerqué al automóvil, usándolo como escondite, en caso de que salieran los niños más grandes o sus padres. Efectivamente, en el momento que llegué al automóvil, escuché como salían los niños mayores arrastrando un saco de yute, que parecía pesar más que las bolsas que habían sacado anteriormente. El saco iba dejando un rastro oscuro a su paso. El padre salió a la puerta principal y les gritó a sus hijos que se apuraran, porque todavía tenían que sacar más cosas, para subirlas a su automóvil.
Los niños maldijeron, por lo bajo, y trataron de apresurarse. Logré dar un rápido vistazo hacia adentro de la casa y vi que la madre caminaba por entre las habitaciones, que eran atravesadas por un corredor, con una manguera lavando afanosamente pisos y paredes. Los niños mayores lograron llegar al automóvil, con el saco de yute y decidieron fumar un cigarrillo a escondidas, para descansar. Gabriel lo encendió y le dio los primeros «jalones», por ser el mayor. Daniel le pedía ansiosamente que se apurara, porque le tocaba a él, pero Gabriel gustaba de hacerlo esperar, para hacerse el importante. Finalmente, Daniel no aguantó mas y le arrebató el cigarrillo a su hermano mayor y salió corriendo, para atrás de la casa. Gabriel furioso lo siguió, gritándole que le iba a comer la mano, con la que le había arrebatado el cigarrillo de la boca.
Aproveché el momento para abrir el saco de yute, que no estaba amarrado del todo y me horroricé, al ver que en su interior estaban varias partes de los perros, que había visto ingresar unas horas antes. Solo estaban las partes que a los Meléndez, no les gustaba comerse. Pero lo que más me preocupaba, era ver si también habían sido capaces de dañar al pequeño Mauricio. Revolví un poco los restos, sin encontrar señales del niño. Pensé con alivio, que tal vez esa parte de la historia del chico, había sido exagerada. Tal vez sus padres practicaban ritos bárbaros, pero ciertamente no eran caníbales. No soporté ver más, así que me agaché lo más que pude y logré llegar a mi casa sin que me vieran. Seguí vigilando y cerca de las tres de la mañana, vi como subían al vehículo las bolsas, el saco de yute y una enorme hielera, que acomodaron con gran esfuerzo, encima del techo de su automóvil, el cuál tenía una parrilla bastante sólida para aguantar el peso que le agregaron. Con alivio vi como subían al vehículo los tres niños. El pequeño Mauricio llevaba un abrigo rojo y una gorra con orejeras, pero se miraba sonriente cuando subió al asiento trasero junto con sus hermanos. Después salió la madre, con una maleta de mano, que acomodó junto a la hielera y se subió al asiento del copiloto a esperar a su esposo. Por último, el hombre bajó la palanca principal de la corriente eléctrica, dejando la casa totalmente a oscuras. Llevaba una enorme linterna en la mano para alumbrar el camino.
Tomó algunos minutos que asegurara la hielera y las maletas en el techo con una cuerda. Después se subió al automóvil y se alejaron del vecindario, con las luces del vehículo apagadas.
Nunca volví a saber de ellos, la casa en la que vivieron estuvo abandonada por años, sin que nadie más mostrara interés por rentarla. Un día, el dueño decidió derrumbarla y construir un parque especial para mascotas. Cobraba un dólar, por dejar entrar a los animales, para que se olfatearan entre sí y corrieran como locos. El parque se volvió muy popular en todo el vecindario y la ciudad. Los dueños venían a pasear a sus perros, sin saber, que años antes, en ese mismo lugar, había vivido la familia Meléndez, que gustaban de devorar a mascotas como las que alegremente se paseaban allí.
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Ficción de Terror Cotidiano 33   El orgasmo fingido



Publicado originalmente en: Orgasmo fingido

Pocas sensaciones son tan intensas como un verdadero orgasmo. Al que se ha llegado después de un debido proceso, un ambiente propicio y la compañía adecuada. Ese orgasmo que buscamos, por que somos capaces de cualquier cosa, hasta de fingir que amamos a alguien. No niego que la auto complacencia puede ser llevada a niveles de máximo placer, pero no se puede comparar a la sensualidad que genera el cuerpo de otro ser, restregándose a nuestro cuerpo y añadiendo su energía a la nuestra para llegar al ansiado momento.
Sucede que esa energía que aporta la otra parte, puede ser intensificada por medio de algunos trucos muy útiles. Uno de ellos ,el que mejor conozco es la exploración de los puntos sensibles. Para ello se necesita algo de conocimiento de anatomía, sexología y mucha practica. Pero ante todo se requiere de paciencia, ya que los puntos sensibles se encuentran localizados en diferentes partes y en algunos casos están desconectados. Es decir el punto sensible que funcionó para alguien, puede no funcionar para alguien mas.
Para iniciar con el conocimiento de estos puntos sensibles, es mejor empezar por uno mismo, allí entra la auto complacencia, es decir, hacer el amor con alguien que nos ama, muy probablemente. En solitario podemos explorar partes de nuestro cuerpo que otros no están dispuestos a estimular o que ni siquiera nosotros mismos lo conocemos. Después si encontramos a alguien con mejor disposición, o tenemos que pagar para que la tenga, logramos fácilmente conducirlos hacia esos puntos para que al estimularlos, nos ayuden a encontrar el momento de la explosión erótica que tanto deseamos.


Otro truco que he descubierto con el tiempo, es explorar los temores, insatisfacciones y prejuicios de las personas, cuando están en medio de un acto sexual. Sabemos que estamos ante una barrera cuando el cuerpo de la persona se tensa, cambia de expresión facial, modifica su ritmo respiratorio o simplemente nos rechaza, de mala manera. La forma de diferenciar las tres, tiene que ver con el conocimiento que podamos adquirir de las primeras experiencias sexuales del otro. Casi todas se originan de el momento en que se pierde la virginidad. Para algunos esta asociado a dolor, vergüenza, miedo o culpa. Se generan a partir de allí, muchas variaciones y mezclas, que pueden hacer que una persona sea incapaz de alcanzar un orgasmo, como se debe. También se da el caso contrario, cuando alguien tiene la facilidad de alcanzar, no uno, sino múltiples orgasmos. La diferencia entre ambos extremos puede ser tan grande como una cadena de frustraciones sexuales constantes o tan corta como la estimulación del punto sensible correcto.
Sin embargo una de las peores practicas que puede tener alguien es la de fingir el orgasmo. Hay casos en que se hace por necesidad, ante situaciones como aceptar una relación sexual a pesar de no estar lo suficientemente excitado o estar cansado. El cansancio es el enemigo numero uno del sexo. Pero el hecho de fingir es un indicativo de que al menos una de las partes del acto sexual no esta satisfecha, pero tampoco esta dispuesta a poner mas de su parte, para alcanzarlo.
Ana habia llegado al punto de fingir orgasmos, debido a que Samuel había dejado de atraerle físicamente. Y no era solamente por el tamaño de su miembro, que no era tan grande, pero podía cumplir con la tarea. En realidad todo empezó cuando Ana se dió cuenta que su novio evitaba bañarse diariamente. Después de un año de relación, Samuel empezó a descuidar su apariencia y a portarse mas descaradamente con Ana, respecto a sus hábitos personales. Tal vez Samuel creía que parte de la convivencia de pareja, tenia que ver con el hecho de presentarse uno al otro, tal y como eran. Por el otro lado Ana, había sido adoctrinada desde pequeña, para rechazar sus propios
olores y inmundicias, obligándola, su madre, a bañarse a diario y restregarse, afanosamente, esa “parte sucia” que tenia entre las piernas.

De esa forma cuando Ana supo que Samuel evitaba bañarse a diario, a pesar de que hubieran sostenido relaciones íntimas, empezó a experimentar náuseas cuando lo tenia cerca, pero no se atrevía a decirlo, ya que temía que Samuel se ofendiera.
Ana no podía decir que amaba a Samuel, pero se había acostumbrado a su compañía, en especial durante el invierno, cuando la nieve no permitía salir con tanta frecuencia, en aquella ciudad de Canada. Samuel solía quedarse a dormir, cuando las ventiscas y la nieve eran demasiado intensas.

Para Ana era muy placentero sentir como Samuel enroscaba sus piernas en las de ella a la hora de dormir. También disfrutaba de la comida que preparaba Samuel, que era una mezcla de productos locales, preparados con técnicas italianas, que su novio aprendió, durante su estancia en Europa, antes de conocer a Ana. Samuel era tan intenso en la cama, como las salsas que podía preparar, era tan picante como una “arrabiata”, era tan loco como una “putanesca”, pero podía también ser tan salvaje como un cerdo al estilo cajun. También era tan cerdo como ese cerdo. Ana no podía controlar su rechazo hacia Samuel, quien pasaba varios días con la misma ropa interior.
Ana no sabia si era cuestión de distracción, abandono o simplemente malos hábitos. Durante un tiempo trató de convencerlo que se bañaran juntos.  A Samuel le gustaba la idea, aunque siempre atraído con la posibilidad de tener sexo en la bañera. Mientras que Ana, solo quería que esa noche estuviera limpio. Ana accedía a tener sexo bajo la ducha, la mayoría de veces, pero cuando su animo estaba demasiado bajo, utilizaba cualquier pretexto para evitarlo, su periodo menstrual, irritación vaginal o el consabido dolor de cabeza. Cuando Samuel no tenia el orgasmo que esperaba, dejaba de bañarse con ella, también con cualquier pretexto.
Fue así que Ana se fue acostumbrando a fingir orgasmos. Había descubierto que cuando ella fingía un orgasmo, Samuel parecía llegar mas rápido al propio. Pero si Samuel no sentía el orgasmo de Ana, intentaba alargar el acto por mas tiempo, llegando a irritar íntimamente a su novia.
De forma que Ana fue calibrando el tiempo adecuado y ensayando algunas señales para hacer mas convincente su actuación. De esa forma logró dominar su respiración para que pareciera agitada, desarrollo estremecimientos que parecían involuntarios, aprendió a gemir en el oído de Samuel, sin olvidar apretar un poco las piernas alrededor de la cintura de su pareja, llegando incluso a morderle una oreja o el hombro, lo cual parecía convencer definitivamente a Samuel de haber realizado una buena faena.

La relación entre Ana y Samuel duró solo hasta el final del invierno, sin embargo las habilidades aprendidas por Ana le sirvieron con sus próximas parejas, de forma que con el tiempo se volvió una experta en fingir orgasmos y de hecho encontró un oscuro placer en convencer a sus parejas de lo magníficos amantes que eran. Decía para si misma “Para morir engañado, ya solo te falta morir”.
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Ficción de terror cotidiano 45 - Identidad



Publicada originalmente en: Identidad


El hijo de Ramiro fue muy normal desde que nació. Habló y caminó en el tiempo apropiado, aprendió a ir al baño a los dos años y medio. Pero en cierto momento después de cumplir tres años, empezó a interesarse más en los juguetes de sus hermanas mayores, muñecas, maquillajes, vestidos, zapatos, pulseras, moñas, listones. Un día Ramiro lo sorprendió bailando alegremente frente a la televisión, que aprendió a encender desde que tenía un año. Para esa época ya sabía cambiar canales y encontró un canal que presentaba música tipo electrónica y naturalmente empezó a bailar. En otra ocasión, lo encontró lleno de crema para cuerpo en toda la cabeza y cara. A su esposa y a él los alarmó desde el principio, pero supusieron que con el tiempo y estando en la escuela, podría el niño ir encontrando su identidad como varón.
El tiempo pasó y a los seis años la diferencia de comportamiento con otros niños ya era evidente, para sus maestros, amigos y familia. Sufrió el bulliying, propiciado por los padres de familia de otros niños, que le aconsejaron a sus hijos que no se relacionaran con el «mariquita».
La maestra de su grado llamó a Ramiro y a su esposa varias veces a reuniones para discutir el tema. El niño recibió desde pequeño terapias con el psicólogo de su escuela, quien opinaba que el desarrollo mental del niño era bastante normal y recomendó involucrarlo en actividades lucidas y juegos para varones, para que fuera cambiando sus hábitos, reforzando su identidad de varón, mientras se formaba su personalidad, antes de los ocho años.
Ramiro y su esposa siguieron las indicaciones de los maestros y psicólogos, pero de la forma que mejor se adaptó a sus creencias y valores, es decir, se dedicaron a reprimir sus manifestaciones femeninas e imponerle otras masculinas. El niño aprendió el sufrimiento de sus propios padres, quienes tardaban en aceptarlo, tal como era.
A los once años su inclinación sexual era abiertamente notoria y el niño empezó a usar ropa ajustada, hacer movimientos cada vez más femeninos y ya a los doce años manifestó sentirse atraído por otro niño de su clase, lo que causó una semana de reacciones violentas por parte de Ramiro y muchas lágrimas por parte de su madre. La inocencia del niño había sucumbido hace años al constante choque entre los paradigmas de las personas a su alrededor y su propio paradigma de vida.
El niño muchas veces se preguntaba ¿por qué era diferente? ¿Era culpa suya? ¿Por qué lo rechazaban tan cruelmente? ¿Podía alguien aceptarlo y amarlo tal y como era? ¿Valía la pena seguir viviendo?
Ramiro tenía su propia tormenta de preguntas interna. No estaba dispuesto a confesar que de niño él también había tenido ciertas inclinaciones homosexuales que derivaron en episodios incómodos de relatar, pero que finalmente habían quedado atrás y él había logrado definirse sexualmente como un varón y vivir con una identidad que era generalmente aceptada, tanto por su familia como por la sociedad. ¿Serían esas inclinaciones de niño la causa de que ahora su hijo las manifestara pero de forma más intensa? ¿Cómo podía ayudar a su hijo a superarlas? ¿Sería un castigo divino por algo de su anterior vida de promiscuidad?
Una noche despertó súbitamente y no pudo evitar recordar las mañanas de niño en primer grado cuando esperaba ansiosamente el momento del recreo para encontrarse con su compañero de clase Esteban. Buscaban un lugar lejos de las miradas de los maestros, que usualmente se encerraban en un salón para tener ellos también un tiempo libre. En ese tiempo el uniforme consistía en pantalón y suéter azul, camisa blanca y zapatos negros. Ramiro y su compañero se sentaban frente a frente con las piernas cruzadas y metían la cabeza dentro de uno de sus suéteres al mismo tiempo, logrando crear un espacio intimo, donde nadie podía verlos besarse apasionadamente. La idea había sido originalmente de Esteban, quien lo invitó a «platicar» dentro del suéter. Con la inocencia aún presente en su ser, Ramiro aceptó y cuando estuvieron ambos con la cabeza dentro del suéter, Esteban, que era un poco mayor que él, puso suavemente sus manos en las mejillas del su compañero y lo atrajo hacia sus carnosos y sonrosados labios, algo que llamaba la atención, ya que parecían labios de una mujer, mas que de un niño varón.
La sensación de placer que Esteban le provocó a Ramiro, lo hizo desear que aquel beso no terminara nunca, pero sonó la campana, que indicaba
el fin del periodo de recreo y se separaron abruptamente. Algo en su interior le indicaba que aquellos besos no eran del todo correcto, pero no quiso comentarle el episodio ni a su maestra, ni a sus padres. Al día siguiente, un viernes se repitió la escena, esta vez con mayor colaboración de parte de él, lo que permitió que la sesión de besos fuera más larga e intensa. Sonó la campana de nuevo y él vivió un fin de semana de gran intranquilidad, deseando que llegara el recreo del lunes, para seguir explorando esas sensaciones tan maravillosas. La siguiente semana se repitió la dosis, pero todo terminó inesperadamente el jueves, ya que Esteban había invitado
a otro niño, Ricardito a «platicar» dentro del suéter. Ramiro nunca más fue invitado a estas reuniones, ya que la madre de Ricardito denunció lo que consideraba comportamiento inmoral de Esteban y fue expulsado de la escuela.
Cuando Ramiro tenía tres años sus padres se divorciaron y él vivió un tiempo con su abuela paterna, una enfermera de fuerte carácter, que se comprometió a cuidarlo, mientras su hijo se establecía en un nuevo lugar y mientras la madre encontraba un trabajo y un lugar donde vivir. Durante los años que vivió bajo la tutela de su abuela, Ramiro fue sistemáticamente reprimido por ella y por una de sus hijas que disfrutaban de castigar al niño por cualquier error. Ramiro vivía en una casa de adultos, que le exigían comportarse como tal, ignorando el hecho de que era solo un infante. Esto provocó que desarrollara una imagen de autoridad basada en la mujer que dominaba y avasallaba al niño. No tuvo a su padre cerca, excepto por algunos fines de semana que salieron juntos de paseo, pero que cesaron cuando él cumplió seis años y su padre se alejó definitivamente, dejándolo por algún tiempo bajo el régimen de hierro de su abuela. En esa época la madre de Ramiro, ya se había establecido en un trabajo y en un apartamento rentado, donde vivía con la hermana menor de Ramiro y un nuevo esposo. Pero el ambiente seguía siendo dominado por una mujer. Esto fue desarrollando una mayor identificación de Ramiro con su madre y con el rol de «madre/padre» que ella ejercía, por lo que para él fue natural adquirir algunas de sus formas de actuar, expresarse y reaccionar.
Ya siendo adolescente, se marcaron algunos de estos comportamientos, que sus compañeros de estudio identificaron como «amaneramientos» y aprovecharon para acosarlo y ponerle apodos maliciosos. Esto le hizo auto-analizarse y en un intento por corregir, lo que antes le parecía tan natural, empezó a identificar y practicar comportamientos y reacciones más varoniles e incluso machistas. De acosado paso a acosador, desarrollando la habilidad de criticar las aparentes actitudes homosexuales de sus compañeros de estudio y conocidos. Esto creo una barrera protectora que le permitió sobrevivir la adolescencia. Fue de esta forma que perdió la virginidad con una prostituta a los catorce años, con la ayuda de uno de sus tíos, que lo llevó a un prostíbulo y pagó para que Ramiro pasara media hora con una mujer de mas de treinta años, cuyo aliento apestaba a cigarrillo y licor. Pero que le explicó al jovenzuelo, qué debía hacer y cómo moverse al estar dentro de ella. Sin embargo le fue muy difícil tener novia, ya que descubrió que carecía de las habilidades de conquista, que algunos de sus compañeros parecían tener. La mayoría de sus amigos tuvo por lo menos una novia antes de los quince años.
Ramiro tuvo que esperar hasta los diecisiete hasta que una chica, dos años mayor que él, se sintió atraída por el chico y prácticamente lo conquistó. Ese noviazgo duró solo unos meses, ya que la chica se mudó de casa y perdieron el contacto. Pasaron otros dos años antes de que Ramiro volviera a tener
otra relación de noviazgo, otra vez con una chica dos años mayor que él y que también tuvo que conquistarlo ante la falta de iniciativa de él. A los
seis meses de noviazgo empezaron a tener relaciones sexuales frecuentes y al año de esto, su novia quedó embarazada. Decidieron casarse por compromiso y por la presión de las familias, pero nunca fueron felices, a pesar del nacimiento de una niña. De alguna forma su esposa, fue ejerciendo cada vez más una posición de dominio, a partir del momento en que consiguió un trabajo en el que ganaba casi el doble que Ramiro. Llegó a dejarlo fuera de las decisiones más importantes de la familia hasta lograr prácticamente una castración psicológica en Ramiro.
El divorcio fue inevitable, Ramiro hubiera permanecido por más tiempo en la relación, pero un amigo logró hacerle ver lo miserable que era su vida al lado de esa mujer y que no tenía por qué seguir aguantando ese papel secundario que tenía asignado en el matrimonio y que lo estaba haciendo muy infeliz. Así que un día, después de una gran discusión, le pidió el divorcio a su esposa. Ella no lo tomó en serio y creyó que era una reacción caprichosa, que pronto se le pasaría, pero esa vez Ramiro actuó, fue con su amigo a recoger sus cosas personales mientras su esposa estaba aún en el trabajo y su hija estaba al cuidado de una niñera. Cuando Ramiro terminaba de empacar apareció su esposa y le recriminó la actitud de abandonarla a ella y a su hija, pero él se armó de valor y se alejó de ella para siempre. Siguió aportando para la manutención de su hija y su esposa hasta que ésta se casó de nuevo y buscó por todos los medios sacarlo de la vida de su hija y la de ella.
De cierta forma este fue un golpe muy duro para la autoestima de Ramiro y le fue muy difícil volver a tener otra relación sentimental. Fue en ese momento de angustia, que tuvo otra vez, una crisis de identidad sexual, cuando un compañero de trabajo que era bisexual, intentó acercarse más a él y conquistarlo. Ramiro no se dio cuenta al principio ya que Carlos, parecía ser muy exitoso con las mujeres. Cuando empezaron a trabajar juntos en un proyecto de su empresa, Carlos le hablaba de las emocionantes aventuras que pasaba con algunas de las más atractivas compañeras de trabajo. Carlos las invitaba a bailar frecuentemente y aseguraba haberse acostado con varias de ellas.
Esto atrajo el interés de Ramiro, quien soñaba con ser tan exitoso como Carlos con el sexo femenino. De forma que cuando Carlos empezó a estar más cerca, Ramiro pensó que podía aprender algo de él. Una de esas veces en que se acercaba el fin de semana y tuvieron oportunidad de conversar, Carlos le contó que tenía unas amigas italianas que estaban de visita en el país, así que pensaban ir a la playa. Le dijo a Ramiro que si quería ir, era bienvenido. Esto le pareció a Ramiro una oferta difícil de rechazar. Carlos le dijo que se podían reunir esa noche en una discoteca para tomar un par de tragos y afinar los detalles del plan. Ramiro aceptó entusiasmado.
Ramiro llegó temprano y tuvo que esperar a que Carlos llegara por más de media hora, empezaron a surgir inquietudes en su mente. Tal vez, Carlos se había arrepentido de invitarlo o tal vez sus amigas no aceptaron que llevara Carlos, a un desconocido. Pero cuando se apareció su nuevo amigo, las inquietudes se esfumaron. Pidieron un par de cervezas y algunos bocadillos. De pronto Carlos le dijo a Ramiro que quería contarle algo muy personal, Ramiro le dijo que no había problema. Entonces Carlos le confesó que era bisexual y que entre los hombres que le atraían mucho estaba Ramiro. Este se quedó mudo por la sorpresiva confesión. Quiso parecer open mind así que le dijo que respetaba su orientación, pero él era heterosexual y así se sentía bien. Carlos insistió, tratando de dulcificar el tono de su voz, mientras le decía que no podía saber si algo no le gustaba sin haberlo probado antes, le dijo que vivía cerca de allí y podían ir a su apartamento para hablar con más tranquilidad. Ramiro fue sintiéndose cada vez más incomodo. Sin saber como reaccionar, tenía miedo de parecer un estúpido o de crear una enemistad con Carlos, especialmente porque trabajaban juntos. Quería irse inmediatamente del bar pero sin parecer pesado. Pidió la cuenta al mesero, pero Carlos le dijo que no se preocupara, ya que el iba a pagar, pero que la noche era joven y podían seguir la fiesta en otra parte. Carlos parecía ignorar las negativas y la incomodidad de Ramiro, seguía soltando elogios a Ramiro y tratando de convencerlo de ir a otro lugar. El acoso llevó a Ramiro a tal grado de rechazo que se puso de pie y casi de un grito le dijo a Carlos que se iba para su casa. Carlos sonrió, como cuando un padre se ríe del berrinche de su pequeño hijo. Lo último que le dijo fue que guardara la calma, porque tal vez al día siguiente iba a sentirse como un hijo de perra, pero se le iba a pasar. Descaradamente trato de darle un beso de despedida a Ramiro, lo que terminó de encender su ira, la que había estado contenida apenas. Rechazó el acercamiento abusivo de Carlos y lo empujó lejos de él. Pero Carlos cayó sentado en el cómodo sillón donde había estado, mientras soltaba una perversa carcajada, burlándose de el poco criterio de su compañero de trabajo. Se dijo así mismo que un día de estos Ramiro caería, como habían caído muchos otros en sus redes.
Esa noche Ramiro no pudo dormir, se sentía inmundo y estúpido por no haberse dado cuenta antes de las intenciones de Carlos, pero se sentía peor por haberlo dejado llegar hasta ese punto. A partir de ese día dejó de dirigirle la palabra y esa misma semana pidió ser trasladado a otro proyecto para evitar toparse con él. Pero esta experiencia lo marcó, de forma que se declaró abiertamente homofóbico y siempre que podía hacia su mejor esfuerzo por criticar y descalificar a los homosexuales que conocía. Les temía y los odiaba.
Ahora que su hijo estaba en una crisis de identidad sexual, Ramiro se preguntaba cosas como: ¿Estaría su hijo viviendo un proceso similar al de él? ¿Estaría fallando como padre, ya que su actual esposa era casi igual que dominante que su propia madre? ¿Estaría este esquema de poder
influyendo en las preferencias sexuales de su hijo? ¿Podría ser temporal? ¿Que podía hacer para revertir ese proceso? ¿Era esto un castigo divino o una maldición que le había heredado a su hijo?
«La vida te pega donde mas te duele», decía Ramiro.
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Ficción de Terror Cotidiano 18  El último juguete




Publicado originalmente en: El último juguete


Estaba a punto de cerrarse el Mall a donde acudió Rodrigo para comprar el juguete que, su prometida Ana Azucena, le había encargado, para regalárselo a la sobrina de Rodrigo, que ese día había cumplido ocho años y por lo cual la familia Aspuru había organizado una fiesta, a la que habían sido invitados. Esta sería la primera ocasión en que toda la familia de Rodrigo, los vería asistir como pareja. Todo el día había sido un ir y venir para Rodrigo, en la empresa donde fungía como Gerente Genral, así que se le fue haciendo tarde, hasta el punto que casi olvida comprar el juguete. Ana Azucena lo llamó a las seis de la tarde, para recordarle que comprara el juguete, que Ana Sofía había pedido, la vez que la fueron a visitar al hospital, una semana antes. La ñiña fue llevada al hospital de emergencia, por sus padres, después de haberse fracturado la muñeca izquierda, cuando cayó por accidente al suelo, mientras jugaba en el colegio. Rodrigo se comprometió a conseguir el juguete de moda, para su próximo cumpleaños y esto pareció tranquilizar a Ana Sofía, quien tuvo una crisis de llanto, al saber que iba a estar enyesada durante su cumpleaños, la siguiente semana.
Rodrigo llegó a la tienda, cuando los altoparlantes anunciaban que se cerraría en los próximos minutos. Buscó desesperadamente a un dependiente de la tienda, para que le guiara más rápido hacia el estante correcto, donde se encontraba el juguete. Finalmente encontró a una joven que lucía el uniforme, que la identificaba como uno de los dependientes de la tienda. Rodrigo le pidió que lo llevara a donde estaban los juguetes de moda, que buscaba. Ella amablemente lo condujo por entre varios pasillos hasta que llegaron a una gran estantería de vidrio, que guardaba bajo llave los más recientes juguetes electrónicos y que por el peligro de dañarse o ser robados, no estaban exhibidos en las otras estanterías. Se requería de la llave, para ser entregados a los clientes.
 
 
Rodrigo notó que del juguete que buscaba, solo había uno en existencia, era el último y la joven le indico que pasaría por lo menos una semana antes que trajeran más. Los juguetes se habían agotado por el éxito que tuvieron entre los niños, además de la importante campaña publicitaria con que contaba el producto. La joven dependiente le pidió a Rodrigo que esperara un momento, mientras ella iba por la llave de la estantería.
Momentos después se acercó a la estantería un hombre de mediana edad, vestido con una sencilla camisa a cuadros y un pantalón de lona bastante raído. Sus zapatos parecían ser de talla más grande que la suya, pero estaban extrañamente limpios y brillantes. El hombre era sumamente bajo, menos de un metro cincuenta y su cara estaba curtida por el sol, como cuando alguien trabaja constantemente a la intemperie. Cuando se paró frente a la estantería de vidrio sus ojos se posaron fijamente sobre el juguete que Rodrigo había estado buscando e incluso lo señalo con el dedo, como diciéndose, “ese es el juguete que estaba buscando”. Al ver que estaba bajo llave, buscó con la vista a algún dependiente, para pedir que le abriera la estantería y así tomar aquel juguete, el último. En ese momento Rodrigo, sintió el impulso de decirle que el ya había pedido ese juguete, pero algo lo detuvo, pensó que sería mejor que el empleado de la tienda fuera quien se lo dijera. Sin embargo tuvo un segundo pensamiento y decidió hablarle al respecto para evitarle, al pobre hombre, el mal momento, cuando regresara el empleado. Se acercó y le saludo brevemente, le dijo que un empleado estaba buscando la llave, para abrir la estantería porque él había pedido ese juguete, pero era el último. El pequeño hombre, pareció decepcionado, pero parecía guardar la esperanza de tener el juguete hasta el último momento, así que sin decir nada, vio alrededor buscando a un empleado. Momentos después apareció, por un extremo del pasillo, la joven dependiente, quien llegó con la llave, abrió la estantería, sacó el juguete y se lo entregó a Rodrigo, preguntando si necesitaba algo más. Rodrigo lo recibió y le agradeció, después le dirigió una cortés sonrisa al hombre y un breve “lo siento, era el último”. Este hizo una leve inclinación de cabeza y empezó a buscar en la estantería, tal vez con la esperanza de que entre otros juguetes estuviera escondido uno más
El juguete que no había podido conseguir, por el que había ahorrado durante un mes, lustrando zapatos en el parque central de aquella ciudad, pensando en alegrar a la más grande de sus dos hijas de ocho años y que debido a la necesidad de cuidar a la más pequeña, no estaba estudiando este año. La madre no vivía con ellos, había caído en el alcoholismo y la drogadicción, así que decidió dejar a sus hijas a cargo del padre y escaparse con unas amigas a vivir en una interminable fiesta de licor, drogas y mantenerse con lo que pudieran conseguir prostituyéndose en las calles, cansada por las múltiples limitaciones con las que vivían, en un mísero cuartucho alquilado, en el fondo de uno de los más sucios y peligrosos asentamientos humanos de la región, que era lo que el padre podía pagar con sus modestos ingresos como lustrador de zapatos, del parque central.
Rodrigo no supo con detalle todo esto, pero internamente sintió un desasosiego, preguntándose constantemente, ¿Para quién querría aquel hombre el juguete? Logró llegar a la cena a la que habían sido invitados y Ana Azucena le dio a Ana Sofía el juguete que tanto deseaba, elegantemente empacado. La niña dio las gracias y pidió permiso a los padres para abrir el regalo, ellos le recordaron que los regalos se debían abrir al final de la fiesta. Ella no protesto, pero bajo la mirada y el rostro con notable frustración, pero obligada a obedecer las reglas protocolares de las fiestas de alta sociedad. Cuando la fiesta estaba terminando y antes que Ana Sofía cayera rendida por el sueño, los padres le permitieron abrir los regalos. Fue una batalla contra el papel de regalo y las moñas que guardaban el secreto de los regalos que había recibido. No se molestó mucho en ver las tarjetas en cada paquete, en realidad buscaba un regalo en particular, el juguete de moda. Al final de la batalla, hizo el recuento del botín obtenido, dándose cuenta que en realidad había tres juguetes iguales, los de moda, los que tanto había deseado, pero que ahora le parecían más banales y comunes. Así que su interés se desvió hacia una moderna bicicleta, con la que no paró de dar vueltas por el jardín, hasta que sus padres le indicaron que era hora de ir a dormir.
Esa misma noche el hombre de baja estatura, llegó a su casa con las manos vacías, aun con la intención de esperar una semana, para comprar el juguete para su hija. Sin embargo durante esa semana tuvo que gastar el dinero porque la hija más pequeña se enfermó y estuvo hospitalizada por tres días en el Hospital Central. Sin embargo, por falta de medicinas e implementos, le fue entregada antes de curarse por lo que compró con el dinero destinado, para el juguete, lo que le alcanzó de la medicina que le recetaron, hasta que la pequeña niña fue recuperándose y la niña más grande siguió cuidándola a falta de alguien más. Nunca pudo el hombre comprar el juguete de moda, para su hija ya que un año después, la hija mayor salió a comprar pan, pero nunca regresó a su casa. El hombre la buscó, puso denuncia en la policía, pero la niña de nueve años no fue encontrada. En su desesperación, entregó a la niña más pequeña a una hermana de su esposa, por no tener como cuidarla. Siguió trabajando en el Parque Central, lustrando zapatos y llevándole dinero a su cuñada, para el cuidado de la niña. Mientras él, siguió buscando a su otra hija, con la angustia de temer por la vida de la niña.
Tres noches después del cumpleaños de Ana Sofía, Rodrigo sufrió una pesadilla, en la cual él se encontraba al final de una larga fila de personas que esperaban, para poder entrar a un hospital y ser atendidos. Pero la fila no avanzaba y la gente empezaba a morir esperando. Él quería gritar para pedir que los atendieran pero aunque movía la boca y gesticulaba con los brazos, ningún sonido salía de ella. Tampoco podía salir de la fila, despertó agitado, bañado en sudor y después ya no pudo dormir.
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Ficción de Terror Cotidiano 11  Terror en el pasillo



Originalmente publicada en: Terror en el pasillo

La cámara que filmó esa golpiza, estaba instalada en el pasillo del cuarto piso de un edificio de apartamentos baratos, en el centro de una populosa ciudad de china. La cámara estaba puesta de tal forma que tenia una vista privilegiada del apartamento donde vivía la familia que protagonizó la violenta escena que estoy a punto de relatar.
 
Inicia con un hombre de aproximadamente cincuenta años, pateando el rostro de una pequeña mujer, tirada en el suelo, pero intentando ponerse de pie. Los hijos de la pareja, una niña de aproximadamente once años, quien desde el primer momento trata de hacer razonar a su padre, para que deje de pegarle a la madre. El otro hijo de aproximadamente ocho años, dominado por el miedo se queda de pie en la puerta de su apartamento, llorando.
 
El hombre tiene la camisa abierta, mostrando una prominente barriga, su cabeza muestra una incipiente calvicie que se nota mas por el desorden de sus cabellos, mojados en sudor. Aparentemente la golpiza había iniciado dentro del apartamento, pero en cierto momento la mujer intentó escapar hacia el corredor, pero el esposo la siguió, la hizo caer y empezó a patearle la cabeza, que es donde empieza el fragmento de vídeo que estoy relatando, el cual pude ver como parte de las pruebas que la fiscalía presentó ante el juez, en la audiencia de acusación en contra del hombre, por violencia intrafamiliar.
 
El vídeo sigue donde el hombre, aparentemente cansado de golpear a su esposa, se sienta trabajosamente en el suelo, momento en que su hija se acerca a el y le pone las manos en la cara, suplicándole que deje de golpear a su madre. El hombre parece tranquilizarse por un momento, pero en realidad solo esta tomando un respiro, porque su furia sigue incontenible. La violencia
se desata de nuevo, cuando la mujer trata de incorporarse, esto hace que el hombre sin levantarse, la tome del cabello, sin importar que su hija se interponía entre ambos, cuando la logra sujetar del cabello, la jala para ponerla al alcance de sus puños con los que golpea inclementemente el rostro de la mujer. Justo en ese momento, el niño logra vencer su miedo y avanza hacia su padre, para detenerlo, con sus dos pequeñas manos, trata de liberar a su madre, del puño que aferra el negro y lacio cabello de la mujer.
 
 
No logra que su padre suelte el cabello, pero en el intento de este de alejar al niño, la madre consigue safarse y otra vez intenta huir. La niña le grita al padre y sigue tratando de tocarle la cara con las dos manos en actitud suplicante.
 
Al ver que la mujer intenta levantarse, el hombre se pone de pie, la sujeta del cuello, le propina dos golpes con la mano abierta en la cara a la mujer y la hace caer hacia un lado, después con un brazo aparta a la niña y empieza a patear de nuevo a la mujer en la cara y la cabeza.
 
El vídeo no tiene sonido, pero el hombre hace muecas herráticas, como gritando, que pudieran evidenciar que se encuentra bajo los efectos de licor o alguna droga. Ya no se mira movimientos por parte de la mujer. El niño cobra valor y empieza a pegarle a su padre en el gigantesco abdomen, mientras llora, grita y suplica por la vida de su madre. El hombre con la boca abierta, parece querer entender lo que su hijo le grita, pero en realidad esta tomando aire otra vez. Nada parece aplacar su furia.
 
Unos momentos después, el ataque continua, el hombre toma del cabello a su esposa y a rastras la hace entrar al apartamento donde vivían, detrás de el entra llorando la niña, pero el niño se queda parado en medio del pasillo, con los puños cerrados, en silencio, la mirada perdida en el interior del apartamento, presenciando impotente la escena que la cámara de seguridad del edificio, no puede filmar. Se queda allí parado, mirando, transformando su miedo en odio.
La audiencia fue favorable para el hombre, ya que solo fue amonestado. El adujo estar bajo efectos de licor y haber tenido una fuerte discusión con su esposa, por haberse gastado el dinero de la comida en un bar. Se comprometió a asistir a un grupo de manejo de la ira. Su esposa fue hospitalizada con múltiples contusiones, cortaduras y una fractura en el dedo meñique de la mano izquierda. Cuando se recupero no quiso persistir en la denuncia, ya que su esposo era la única fuente de recursos económicos para la familia. Los hijos fueron referidos con el psicólogo de su escuela, pero nunca
asistieron a las terapias. Tiempo después las golpizas continuaron, pero el hombre se cuido de no salir al pasillo para no ser filmado de nuevo por la cámara de seguridad del edificio.
 
#JESEmprendimiento



Ficción de Terror 17  La no ficción



Publicada originalmente en:  La no ficción

Un día me puse a pensar en las cosas que mas me desagradaban, algunas comidas, ruidos, aglomeraciones de personas, el abuso de poder, la corrupción del gobierno, la contaminación ambiental, la violencia, la pobreza y el racismo. Pero de todas estas y otras mas, terminé reflexionando acerca de los malos olores. Muchos de los cuales provienen del propio ser humano. Recuerdo una vez viajando en tren de la Ciudad de Los Angeles hacia Long Beach, que subió una mujer indigente, bastante sucia, llevaba tres o cuatro mudadas de ropa puestas. Arrastraba un carrito de mano lleno de latas de bebidas, objetos de plástico y bolsas colgando. Cuando se subió, la reacción de la mayoría de pasajeros fue de rechazo. Ella se dirigió hacia el fondo del vagón en el que viajábamos y se sentó en una esquina, colocando su carrito de mano en el pasillo. Algunos permanecieron en sus asientos, pero otros prefirieron levantarse y continuar el viaje de pie. Dentro de mi cabeza, giraban pensamientos de rechazo que chocaban con pensamientos de tolerancia, pero como estaba algo alejado de ella, preferí pensar en otra cosa, como por ejemplo, lo bien que me lo iba a pasar en Long Beach, es una ciudad hermosa, amplia y limpia. Hay un largo camino que recorre paralelo a la playa, donde uno puede encontrar gimnasios al aire libre, ventas de comida y también algunas manifestaciones de arte callejero. El día era soleado pero la temperatura no había subido demasiado. Solo tenia que llegar allí y sobrevivir las aglomeraciones causadas por la entrada y salida del tren. Mi estación era la ultima, así que cuando fuimos avanzando en el trayecto, fueron pocas personas las que llegaron hasta el final. La mujer indigente seguía sentada en la ultima fila del vagón, parecía estar cantando la misma frase de una vieja canción. Solo podía ver el movimiento de sus labios y el balanceo hacia adelante y atrás, que la mujer hacia para llevar el ritmo. La mujer parecía vieja, pero viéndola detenidamente llegué a la conclusión de que tendría entre 45 y 50 años, pero la suciedad y múltiples arrugas de su cara, la hacían parecer de mayor edad. Por momentos sonreía y vi que su dentadura parecía estar completa, otro signo que me confirmó que no era tan vieja como parecía a primera vista.
 
Unos días antes leí un articulo en una revista científica donde explicaba que el sistema olfativo trabajaba en base a partículas oloríficas que viajaban en el aire, las cuales eran captadas por receptores en la nariz, cuando respirábamos. Estas partículas de tamaño molecular y lo suficientemente volátiles como para viajar por el aire, ingresan a nuestro organismo y se humectan con el epitelio olfativo, lo cual las activa químicamente, para que las zonas cerebrales que interpretan los olores puedan distinguir unos de otros. En pocas palabras, los malos olores viajan por el aire, ingresan por nuestra nariz y se vuelven parte de nuestro propio organismo. Nos invaden y se vuelven parte de nosotros.
 
Recordé cada parte de ese articulo, cuando la mujer empezó a rascarse la zona púbica, metiendo su mano entre las múltiples prendas de ropa que llevaba puesta. No parecía importarle que los pasajeros pudiéramos verla. Al exponer sus partes intimas abriendo la ropa, desató la ola mas repugnante de olores que he percibido en mi vida. Tuve un inmediato impulso de vomitar. Pero me dominó mas el terror de saber que en ese momento estaba siendo invadido por las partículas oloríficas que esa mujer había liberado en el vagón en que viajábamos. Miré hacia todas las puertas de salida, pero como el tren seguía en movimiento, era imposible salir por allí. Las ventanas estaban abiertas por la parte de arriba, pero era necesario pararse en un asiento para sacar la cabeza por allí. Los pocos pasajeros que seguían en el vagón mostraron también su disgusto y dieron pasos en dirección contraria para alejarse del nauseabundo olor que estaba flotando en el aire, desplazando el aire limpio.
 
Me tapé la boca y la nariz, pero sentí pronto la necesidad de respirar, entonces una nueva ola de invasión olorífica me inundó y esta vez no pude contener el impulso de vomitar, me paré en un asiento y saqué la cabeza para lanzar mi desayuno al camino entre Los Angeles y Long Beach. Mis ojos casi se salieron de las órbitas mientras mi estomago se contraía históricamente para expulsar todo su contenido. Salieron lagrimas de mis ojos y cuando las contracciones fueron disminuyendo, pude divisar la ciudad de Long Beach, estábamos a pocos minutos de llegar. Traté de calmarme, me bajé del asiento y caminé hacia la puerta, para ser el primero en salir de aquel apestoso infierno. Los demás pasajeros hicieron lo mismo y continuaron tapándose la boca y la nariz, lo mas que pudieron.
 
Tuve un impulso de lanzarle una mirada de reproche a la mujer indigente, que durante todo ese tiempo parecia ausente de la escena, como si no fuera ella quien había liberado esas malditas partículas oloríficas. Pero cuando la miré percibí una malvada sonrisa, dibujándose en la boca de la mujer. Sus dientes resaltaban en aquel rostro sucio y arrugado. No nos miraba, pero parecía estar disfrutando del mal momento que nos hizo pasar. Yo no podía dejar de pensar que aquella suciedad andante había pasado a formar parte de mi propio organismo. Que varias partículas de su inmundicia ahora flotaban en mi sistema olfativo para ser interpretadas por el cerebro.
 
Lo peor es que no sabia por cuanto tiempo esa mujer seria parte de mi. Pero aun peor es saber que la mayor ficción es que esto es ficción.
 
#JESEmprendimiento
 

Ficción de Terror Cotidiano 16 Agosto

Veintinueve años atrás, ella era muy bonita. No eructaba constantemente, ni tenia la maldita manía de comerse las uñas. En esa época su cabello rubio y rizado olía a rosas, era sedoso y abundante. Sus dientes estaban completos y cuando sonreía, iluminaba el lugar. Sonreía por cualquier motivo o sin él. Sonreía cada vez que miraba a su mas fiel enamorado. Sus ojos color azul-verdoso, inspiraban confianza y ternura. No era rencorosa, ni traicionera. Era una estrella que competía en su fulgor, con la luna, cada noche que salía a la ventana a tomar el fresco.  Ella no necesitaba maquillaje, ni ropa de marca para verse atractiva y elegante. Pero cuando se maquillaba y se enfundaba en un vestido de noche, hacia que ningún hombre pudiera resistirse a sus encantos. Era como un ángel que invitaba a tocar el cielo, cuando ella tenia la gracia de dirigirle una mirada.

Veintinueve años hace, que ella empezó a amar. Le dio a su enamorado un primer beso, después de mas de dos años de cortejo. Un beso semejante a un dorado amanecer, presagiando una larga vida de amor y sueños cumplidos.  Un beso que invitaba a mil besos mas. Pero que no llegaron ni a quinientos. Porque ella empezó a cambiar. Un día dejó de sonreírle a la vida. Aprendió a quejarse y a sentirse triste. Un día decidió que otros eran responsables de sus miserias y debían pagar el precio de su desgracia. Ella dejó de sentirse bonita, prefiriendo no maquillarse mas, dejando abandonado en un oscuro guardarropa el ultimo vestido de noche que lució, esplendorosa, veintinueve años atrás.

Llegado el agosto de su vida, ella no hacia mas que añorar sus años mozos. Lamentando cada error, cada silencio, cada mentira, cada reproche, cada momento perdido, intentando que todo fuera como hace veintinueve años. Su amado seguía vivo, lejos de ella. Además aquello que a él le atraía de ella, había desaparecido, siendo sustituido por un conjunto de achaques, malos humores y deformidades físicas, consecuencia de la edad.

No había forma de volver a ser bonita, ni dulce, ni natural, ni inocente, ni alegre, ni deseable. ¿Hay algo mas terrible que eso?. Solamente hay algo mas terrible... las fotografías. Las malditas fotografías que testificaban de su antigua belleza, pero peor aún, testificaban de que alguna vez había sido feliz y también había sido capaz de hacer feliz a otros. Le hacían recordar que en su actual rostro desfigurado por las arrugas, la papada, las ojeras y las manchas en la piel, años atrás había existido la frescura de la juventud. Le recordaban también que su sonrisa había estado llena de dientes, sus suaves labios color rosa, habían besado apasionada y tiernamente.  Sus pechos habían sido firmes, en el lugar que ahora se había instalado unas horribles cicatrices, producto de las cirugías para extirpar las mamas, cuando le diagnosticaron cáncer. Su abdomen había sido firme, blanco y terso, allí donde ahora abundaba la celulitis y los poros abiertos. Sus piernas habían lucido firmes y tonificadas en los brillantes vestidos de noche, piernas que ahora apenas la sostenían y donde el tiempo había tejido telarañas de varices.  Pero donde mas había dañado el tiempo era en sus pies, antes tan hermosos y bien cuidados, para lucirlos con zapatos destapados de tacón alto, ahora se habían llenado de hongos, callosidades y sus uñas era toscas y amarillentas.

¿Cómo podía alguien tan arruinado y desgastado por el tiempo, amar y ser amado?

Ella se lo preguntaba todos los días, desde hace veintinueve años, cada 16 de agosto.

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