Ficción de terror cotidiano 45 - Identidad



Publicada originalmente en: Identidad


El hijo de Ramiro fue muy normal desde que nació. Habló y caminó en el tiempo apropiado, aprendió a ir al baño a los dos años y medio. Pero en cierto momento después de cumplir tres años, empezó a interesarse más en los juguetes de sus hermanas mayores, muñecas, maquillajes, vestidos, zapatos, pulseras, moñas, listones. Un día Ramiro lo sorprendió bailando alegremente frente a la televisión, que aprendió a encender desde que tenía un año. Para esa época ya sabía cambiar canales y encontró un canal que presentaba música tipo electrónica y naturalmente empezó a bailar. En otra ocasión, lo encontró lleno de crema para cuerpo en toda la cabeza y cara. A su esposa y a él los alarmó desde el principio, pero supusieron que con el tiempo y estando en la escuela, podría el niño ir encontrando su identidad como varón.
El tiempo pasó y a los seis años la diferencia de comportamiento con otros niños ya era evidente, para sus maestros, amigos y familia. Sufrió el bulliying, propiciado por los padres de familia de otros niños, que le aconsejaron a sus hijos que no se relacionaran con el «mariquita».
La maestra de su grado llamó a Ramiro y a su esposa varias veces a reuniones para discutir el tema. El niño recibió desde pequeño terapias con el psicólogo de su escuela, quien opinaba que el desarrollo mental del niño era bastante normal y recomendó involucrarlo en actividades lucidas y juegos para varones, para que fuera cambiando sus hábitos, reforzando su identidad de varón, mientras se formaba su personalidad, antes de los ocho años.
Ramiro y su esposa siguieron las indicaciones de los maestros y psicólogos, pero de la forma que mejor se adaptó a sus creencias y valores, es decir, se dedicaron a reprimir sus manifestaciones femeninas e imponerle otras masculinas. El niño aprendió el sufrimiento de sus propios padres, quienes tardaban en aceptarlo, tal como era.
A los once años su inclinación sexual era abiertamente notoria y el niño empezó a usar ropa ajustada, hacer movimientos cada vez más femeninos y ya a los doce años manifestó sentirse atraído por otro niño de su clase, lo que causó una semana de reacciones violentas por parte de Ramiro y muchas lágrimas por parte de su madre. La inocencia del niño había sucumbido hace años al constante choque entre los paradigmas de las personas a su alrededor y su propio paradigma de vida.
El niño muchas veces se preguntaba ¿por qué era diferente? ¿Era culpa suya? ¿Por qué lo rechazaban tan cruelmente? ¿Podía alguien aceptarlo y amarlo tal y como era? ¿Valía la pena seguir viviendo?
Ramiro tenía su propia tormenta de preguntas interna. No estaba dispuesto a confesar que de niño él también había tenido ciertas inclinaciones homosexuales que derivaron en episodios incómodos de relatar, pero que finalmente habían quedado atrás y él había logrado definirse sexualmente como un varón y vivir con una identidad que era generalmente aceptada, tanto por su familia como por la sociedad. ¿Serían esas inclinaciones de niño la causa de que ahora su hijo las manifestara pero de forma más intensa? ¿Cómo podía ayudar a su hijo a superarlas? ¿Sería un castigo divino por algo de su anterior vida de promiscuidad?
Una noche despertó súbitamente y no pudo evitar recordar las mañanas de niño en primer grado cuando esperaba ansiosamente el momento del recreo para encontrarse con su compañero de clase Esteban. Buscaban un lugar lejos de las miradas de los maestros, que usualmente se encerraban en un salón para tener ellos también un tiempo libre. En ese tiempo el uniforme consistía en pantalón y suéter azul, camisa blanca y zapatos negros. Ramiro y su compañero se sentaban frente a frente con las piernas cruzadas y metían la cabeza dentro de uno de sus suéteres al mismo tiempo, logrando crear un espacio intimo, donde nadie podía verlos besarse apasionadamente. La idea había sido originalmente de Esteban, quien lo invitó a «platicar» dentro del suéter. Con la inocencia aún presente en su ser, Ramiro aceptó y cuando estuvieron ambos con la cabeza dentro del suéter, Esteban, que era un poco mayor que él, puso suavemente sus manos en las mejillas del su compañero y lo atrajo hacia sus carnosos y sonrosados labios, algo que llamaba la atención, ya que parecían labios de una mujer, mas que de un niño varón.
La sensación de placer que Esteban le provocó a Ramiro, lo hizo desear que aquel beso no terminara nunca, pero sonó la campana, que indicaba
el fin del periodo de recreo y se separaron abruptamente. Algo en su interior le indicaba que aquellos besos no eran del todo correcto, pero no quiso comentarle el episodio ni a su maestra, ni a sus padres. Al día siguiente, un viernes se repitió la escena, esta vez con mayor colaboración de parte de él, lo que permitió que la sesión de besos fuera más larga e intensa. Sonó la campana de nuevo y él vivió un fin de semana de gran intranquilidad, deseando que llegara el recreo del lunes, para seguir explorando esas sensaciones tan maravillosas. La siguiente semana se repitió la dosis, pero todo terminó inesperadamente el jueves, ya que Esteban había invitado
a otro niño, Ricardito a «platicar» dentro del suéter. Ramiro nunca más fue invitado a estas reuniones, ya que la madre de Ricardito denunció lo que consideraba comportamiento inmoral de Esteban y fue expulsado de la escuela.
Cuando Ramiro tenía tres años sus padres se divorciaron y él vivió un tiempo con su abuela paterna, una enfermera de fuerte carácter, que se comprometió a cuidarlo, mientras su hijo se establecía en un nuevo lugar y mientras la madre encontraba un trabajo y un lugar donde vivir. Durante los años que vivió bajo la tutela de su abuela, Ramiro fue sistemáticamente reprimido por ella y por una de sus hijas que disfrutaban de castigar al niño por cualquier error. Ramiro vivía en una casa de adultos, que le exigían comportarse como tal, ignorando el hecho de que era solo un infante. Esto provocó que desarrollara una imagen de autoridad basada en la mujer que dominaba y avasallaba al niño. No tuvo a su padre cerca, excepto por algunos fines de semana que salieron juntos de paseo, pero que cesaron cuando él cumplió seis años y su padre se alejó definitivamente, dejándolo por algún tiempo bajo el régimen de hierro de su abuela. En esa época la madre de Ramiro, ya se había establecido en un trabajo y en un apartamento rentado, donde vivía con la hermana menor de Ramiro y un nuevo esposo. Pero el ambiente seguía siendo dominado por una mujer. Esto fue desarrollando una mayor identificación de Ramiro con su madre y con el rol de «madre/padre» que ella ejercía, por lo que para él fue natural adquirir algunas de sus formas de actuar, expresarse y reaccionar.
Ya siendo adolescente, se marcaron algunos de estos comportamientos, que sus compañeros de estudio identificaron como «amaneramientos» y aprovecharon para acosarlo y ponerle apodos maliciosos. Esto le hizo auto-analizarse y en un intento por corregir, lo que antes le parecía tan natural, empezó a identificar y practicar comportamientos y reacciones más varoniles e incluso machistas. De acosado paso a acosador, desarrollando la habilidad de criticar las aparentes actitudes homosexuales de sus compañeros de estudio y conocidos. Esto creo una barrera protectora que le permitió sobrevivir la adolescencia. Fue de esta forma que perdió la virginidad con una prostituta a los catorce años, con la ayuda de uno de sus tíos, que lo llevó a un prostíbulo y pagó para que Ramiro pasara media hora con una mujer de mas de treinta años, cuyo aliento apestaba a cigarrillo y licor. Pero que le explicó al jovenzuelo, qué debía hacer y cómo moverse al estar dentro de ella. Sin embargo le fue muy difícil tener novia, ya que descubrió que carecía de las habilidades de conquista, que algunos de sus compañeros parecían tener. La mayoría de sus amigos tuvo por lo menos una novia antes de los quince años.
Ramiro tuvo que esperar hasta los diecisiete hasta que una chica, dos años mayor que él, se sintió atraída por el chico y prácticamente lo conquistó. Ese noviazgo duró solo unos meses, ya que la chica se mudó de casa y perdieron el contacto. Pasaron otros dos años antes de que Ramiro volviera a tener
otra relación de noviazgo, otra vez con una chica dos años mayor que él y que también tuvo que conquistarlo ante la falta de iniciativa de él. A los
seis meses de noviazgo empezaron a tener relaciones sexuales frecuentes y al año de esto, su novia quedó embarazada. Decidieron casarse por compromiso y por la presión de las familias, pero nunca fueron felices, a pesar del nacimiento de una niña. De alguna forma su esposa, fue ejerciendo cada vez más una posición de dominio, a partir del momento en que consiguió un trabajo en el que ganaba casi el doble que Ramiro. Llegó a dejarlo fuera de las decisiones más importantes de la familia hasta lograr prácticamente una castración psicológica en Ramiro.
El divorcio fue inevitable, Ramiro hubiera permanecido por más tiempo en la relación, pero un amigo logró hacerle ver lo miserable que era su vida al lado de esa mujer y que no tenía por qué seguir aguantando ese papel secundario que tenía asignado en el matrimonio y que lo estaba haciendo muy infeliz. Así que un día, después de una gran discusión, le pidió el divorcio a su esposa. Ella no lo tomó en serio y creyó que era una reacción caprichosa, que pronto se le pasaría, pero esa vez Ramiro actuó, fue con su amigo a recoger sus cosas personales mientras su esposa estaba aún en el trabajo y su hija estaba al cuidado de una niñera. Cuando Ramiro terminaba de empacar apareció su esposa y le recriminó la actitud de abandonarla a ella y a su hija, pero él se armó de valor y se alejó de ella para siempre. Siguió aportando para la manutención de su hija y su esposa hasta que ésta se casó de nuevo y buscó por todos los medios sacarlo de la vida de su hija y la de ella.
De cierta forma este fue un golpe muy duro para la autoestima de Ramiro y le fue muy difícil volver a tener otra relación sentimental. Fue en ese momento de angustia, que tuvo otra vez, una crisis de identidad sexual, cuando un compañero de trabajo que era bisexual, intentó acercarse más a él y conquistarlo. Ramiro no se dio cuenta al principio ya que Carlos, parecía ser muy exitoso con las mujeres. Cuando empezaron a trabajar juntos en un proyecto de su empresa, Carlos le hablaba de las emocionantes aventuras que pasaba con algunas de las más atractivas compañeras de trabajo. Carlos las invitaba a bailar frecuentemente y aseguraba haberse acostado con varias de ellas.
Esto atrajo el interés de Ramiro, quien soñaba con ser tan exitoso como Carlos con el sexo femenino. De forma que cuando Carlos empezó a estar más cerca, Ramiro pensó que podía aprender algo de él. Una de esas veces en que se acercaba el fin de semana y tuvieron oportunidad de conversar, Carlos le contó que tenía unas amigas italianas que estaban de visita en el país, así que pensaban ir a la playa. Le dijo a Ramiro que si quería ir, era bienvenido. Esto le pareció a Ramiro una oferta difícil de rechazar. Carlos le dijo que se podían reunir esa noche en una discoteca para tomar un par de tragos y afinar los detalles del plan. Ramiro aceptó entusiasmado.
Ramiro llegó temprano y tuvo que esperar a que Carlos llegara por más de media hora, empezaron a surgir inquietudes en su mente. Tal vez, Carlos se había arrepentido de invitarlo o tal vez sus amigas no aceptaron que llevara Carlos, a un desconocido. Pero cuando se apareció su nuevo amigo, las inquietudes se esfumaron. Pidieron un par de cervezas y algunos bocadillos. De pronto Carlos le dijo a Ramiro que quería contarle algo muy personal, Ramiro le dijo que no había problema. Entonces Carlos le confesó que era bisexual y que entre los hombres que le atraían mucho estaba Ramiro. Este se quedó mudo por la sorpresiva confesión. Quiso parecer open mind así que le dijo que respetaba su orientación, pero él era heterosexual y así se sentía bien. Carlos insistió, tratando de dulcificar el tono de su voz, mientras le decía que no podía saber si algo no le gustaba sin haberlo probado antes, le dijo que vivía cerca de allí y podían ir a su apartamento para hablar con más tranquilidad. Ramiro fue sintiéndose cada vez más incomodo. Sin saber como reaccionar, tenía miedo de parecer un estúpido o de crear una enemistad con Carlos, especialmente porque trabajaban juntos. Quería irse inmediatamente del bar pero sin parecer pesado. Pidió la cuenta al mesero, pero Carlos le dijo que no se preocupara, ya que el iba a pagar, pero que la noche era joven y podían seguir la fiesta en otra parte. Carlos parecía ignorar las negativas y la incomodidad de Ramiro, seguía soltando elogios a Ramiro y tratando de convencerlo de ir a otro lugar. El acoso llevó a Ramiro a tal grado de rechazo que se puso de pie y casi de un grito le dijo a Carlos que se iba para su casa. Carlos sonrió, como cuando un padre se ríe del berrinche de su pequeño hijo. Lo último que le dijo fue que guardara la calma, porque tal vez al día siguiente iba a sentirse como un hijo de perra, pero se le iba a pasar. Descaradamente trato de darle un beso de despedida a Ramiro, lo que terminó de encender su ira, la que había estado contenida apenas. Rechazó el acercamiento abusivo de Carlos y lo empujó lejos de él. Pero Carlos cayó sentado en el cómodo sillón donde había estado, mientras soltaba una perversa carcajada, burlándose de el poco criterio de su compañero de trabajo. Se dijo así mismo que un día de estos Ramiro caería, como habían caído muchos otros en sus redes.
Esa noche Ramiro no pudo dormir, se sentía inmundo y estúpido por no haberse dado cuenta antes de las intenciones de Carlos, pero se sentía peor por haberlo dejado llegar hasta ese punto. A partir de ese día dejó de dirigirle la palabra y esa misma semana pidió ser trasladado a otro proyecto para evitar toparse con él. Pero esta experiencia lo marcó, de forma que se declaró abiertamente homofóbico y siempre que podía hacia su mejor esfuerzo por criticar y descalificar a los homosexuales que conocía. Les temía y los odiaba.
Ahora que su hijo estaba en una crisis de identidad sexual, Ramiro se preguntaba cosas como: ¿Estaría su hijo viviendo un proceso similar al de él? ¿Estaría fallando como padre, ya que su actual esposa era casi igual que dominante que su propia madre? ¿Estaría este esquema de poder
influyendo en las preferencias sexuales de su hijo? ¿Podría ser temporal? ¿Que podía hacer para revertir ese proceso? ¿Era esto un castigo divino o una maldición que le había heredado a su hijo?
«La vida te pega donde mas te duele», decía Ramiro.
#JESEmprendimiento

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