Ficción de Terror 17  La no ficción



Publicada originalmente en:  La no ficción

Un día me puse a pensar en las cosas que mas me desagradaban, algunas comidas, ruidos, aglomeraciones de personas, el abuso de poder, la corrupción del gobierno, la contaminación ambiental, la violencia, la pobreza y el racismo. Pero de todas estas y otras mas, terminé reflexionando acerca de los malos olores. Muchos de los cuales provienen del propio ser humano. Recuerdo una vez viajando en tren de la Ciudad de Los Angeles hacia Long Beach, que subió una mujer indigente, bastante sucia, llevaba tres o cuatro mudadas de ropa puestas. Arrastraba un carrito de mano lleno de latas de bebidas, objetos de plástico y bolsas colgando. Cuando se subió, la reacción de la mayoría de pasajeros fue de rechazo. Ella se dirigió hacia el fondo del vagón en el que viajábamos y se sentó en una esquina, colocando su carrito de mano en el pasillo. Algunos permanecieron en sus asientos, pero otros prefirieron levantarse y continuar el viaje de pie. Dentro de mi cabeza, giraban pensamientos de rechazo que chocaban con pensamientos de tolerancia, pero como estaba algo alejado de ella, preferí pensar en otra cosa, como por ejemplo, lo bien que me lo iba a pasar en Long Beach, es una ciudad hermosa, amplia y limpia. Hay un largo camino que recorre paralelo a la playa, donde uno puede encontrar gimnasios al aire libre, ventas de comida y también algunas manifestaciones de arte callejero. El día era soleado pero la temperatura no había subido demasiado. Solo tenia que llegar allí y sobrevivir las aglomeraciones causadas por la entrada y salida del tren. Mi estación era la ultima, así que cuando fuimos avanzando en el trayecto, fueron pocas personas las que llegaron hasta el final. La mujer indigente seguía sentada en la ultima fila del vagón, parecía estar cantando la misma frase de una vieja canción. Solo podía ver el movimiento de sus labios y el balanceo hacia adelante y atrás, que la mujer hacia para llevar el ritmo. La mujer parecía vieja, pero viéndola detenidamente llegué a la conclusión de que tendría entre 45 y 50 años, pero la suciedad y múltiples arrugas de su cara, la hacían parecer de mayor edad. Por momentos sonreía y vi que su dentadura parecía estar completa, otro signo que me confirmó que no era tan vieja como parecía a primera vista.
 
Unos días antes leí un articulo en una revista científica donde explicaba que el sistema olfativo trabajaba en base a partículas oloríficas que viajaban en el aire, las cuales eran captadas por receptores en la nariz, cuando respirábamos. Estas partículas de tamaño molecular y lo suficientemente volátiles como para viajar por el aire, ingresan a nuestro organismo y se humectan con el epitelio olfativo, lo cual las activa químicamente, para que las zonas cerebrales que interpretan los olores puedan distinguir unos de otros. En pocas palabras, los malos olores viajan por el aire, ingresan por nuestra nariz y se vuelven parte de nuestro propio organismo. Nos invaden y se vuelven parte de nosotros.
 
Recordé cada parte de ese articulo, cuando la mujer empezó a rascarse la zona púbica, metiendo su mano entre las múltiples prendas de ropa que llevaba puesta. No parecía importarle que los pasajeros pudiéramos verla. Al exponer sus partes intimas abriendo la ropa, desató la ola mas repugnante de olores que he percibido en mi vida. Tuve un inmediato impulso de vomitar. Pero me dominó mas el terror de saber que en ese momento estaba siendo invadido por las partículas oloríficas que esa mujer había liberado en el vagón en que viajábamos. Miré hacia todas las puertas de salida, pero como el tren seguía en movimiento, era imposible salir por allí. Las ventanas estaban abiertas por la parte de arriba, pero era necesario pararse en un asiento para sacar la cabeza por allí. Los pocos pasajeros que seguían en el vagón mostraron también su disgusto y dieron pasos en dirección contraria para alejarse del nauseabundo olor que estaba flotando en el aire, desplazando el aire limpio.
 
Me tapé la boca y la nariz, pero sentí pronto la necesidad de respirar, entonces una nueva ola de invasión olorífica me inundó y esta vez no pude contener el impulso de vomitar, me paré en un asiento y saqué la cabeza para lanzar mi desayuno al camino entre Los Angeles y Long Beach. Mis ojos casi se salieron de las órbitas mientras mi estomago se contraía históricamente para expulsar todo su contenido. Salieron lagrimas de mis ojos y cuando las contracciones fueron disminuyendo, pude divisar la ciudad de Long Beach, estábamos a pocos minutos de llegar. Traté de calmarme, me bajé del asiento y caminé hacia la puerta, para ser el primero en salir de aquel apestoso infierno. Los demás pasajeros hicieron lo mismo y continuaron tapándose la boca y la nariz, lo mas que pudieron.
 
Tuve un impulso de lanzarle una mirada de reproche a la mujer indigente, que durante todo ese tiempo parecia ausente de la escena, como si no fuera ella quien había liberado esas malditas partículas oloríficas. Pero cuando la miré percibí una malvada sonrisa, dibujándose en la boca de la mujer. Sus dientes resaltaban en aquel rostro sucio y arrugado. No nos miraba, pero parecía estar disfrutando del mal momento que nos hizo pasar. Yo no podía dejar de pensar que aquella suciedad andante había pasado a formar parte de mi propio organismo. Que varias partículas de su inmundicia ahora flotaban en mi sistema olfativo para ser interpretadas por el cerebro.
 
Lo peor es que no sabia por cuanto tiempo esa mujer seria parte de mi. Pero aun peor es saber que la mayor ficción es que esto es ficción.
 
#JESEmprendimiento
 

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