El último grito de La Coyota - Otra triste historia

 

Lesly, apodada La «Coyota», murió degollada, por fallarle al Barrio. Su cuerpo fue abandonado en un pozo, a las afueras del pueblo donde vivía. Quedó allí flotando boca abajo, de una forma en que ella no esperó terminar el día en que se escapo de casa a los dieciséis años, cansada de la pobreza y limitaciones que afectaban su hogar. Ni ella ni sus otros tres hermanos, habían podido disfrutar de una plena niñez, esperando cada noche para saber si podrían comer al día siguiente. De los cuatro hermanos Lesly era la mas atrevida y la que mas duro sintió el cambio de niña a adolescente, cuando no pudo comprar ni siquiera un estuche de maquillaje o un tinte para teñirse el cabello de rubio cenizo, como lo lucia su estrella pop favorita.

 Era la segunda de los cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones. Su hermana mayor, siempre se las había arreglado para conseguir dinero y darse esos pequeños gustos, ya sea haciendo trabajos temporales como dependiente de tiendas de ropa o colocadora de productos en supermercados. Pero La «Coyota», tenia serios problemas con la autoridad, de modo que no soportaba recibir ordenes y cumplir con horarios. Esto incluía la escuela, de donde no pasó de sexto grado de primaria, pero que le sirvió para relacionarse con varios pandilleros, que la fueron introduciendo al mundo de la drogadicción y la delincuencia organizada.

La sedujo la idea de ganar dinero fácil, como vio que sus amigos hacían. Al principio fue aceptada en el grupo por su carácter amigable, pero también agresivo cuando algo no le parecía bien. Era pequeña de estatura, pelo lacio, negro y largo, que caía por casi toda su espalda. Lesly era capaz de pelear a puño limpio con niñas mas altas y fornidas que ella. Para «Ranix», su mas cercano amigo era divertido retarla a pelear con otras niñas, con o sin alguna razón. Fue «Ranix», el que la presentó con un «ranflero» del barrio, que se interesó en ella, por varias razones, así que desde un principio le regaló un teléfono inteligente y le dijo que aprendiera a usarlo bien, porque pronto podría empezar a ganar dinero usándolo. Para una niña de catorce años que había vivido entre tantas limitaciones económicas, tener de pronto un teléfono inteligente fue suficiente como para que estuviera dispuesta a muchas cosas. El «Metálico», como se hacia llamar el «ranflero» no tardó en cobrarle el teléfono inteligente a La «Coyota», invitándola a una de las casas desde donde distribuían droga. Alli le explicó que necesitaba que llevara varios paquetes de crack hacia otro punto. En el caló del barrio, el «punto», es el lugar donde se comercia al menudeo la droga. Para los pandilleros era peligroso transportar la droga, por los constantes operativos policiales. La condena mínima por ser capturado con droga era de cinco años, pero a los menores de edad la ley les daba penas mas benévolas.

 Ese día la «Coyota» iba vestida con el uniforme de su escuela y llevaba una mochila, por lo que ningún policía la registró mientras llevaba varios paquetes de droga de un punto a otro. El «Metálico», quedó tan complacido que le dio algo de dinero y le dijo que pronto la llamaría para otro trabajito.

Lesly, estaba tan emocionada que de inmediato fue a comprar un estuche de maquillaje y un tinte para cabello. Le alcanzó para comprar un par de blusas en una venta de ropa usada y botas negras altas, también de segunda mano. Su madre le pidió explicaciones, que Lesly no estaba dispuesta a dar, respecto a la ropa y el nuevo color de cabello, ni siquiera le quiso decir a su hermana mayor, con quien tenia mas confianza. La madre presintió que su hija no andaba en caminos correctos.

 Tratando de corregir a su hija y alejarla de malas compañías, la madre de Lesly la sacó de la escuela y  buscó para su hija,  un trabajo atendiendo la panadería de una amiga de su iglesia, pero Lesly solo llegó los primeros dos días, en horario de las cinco de la mañana para abrir la panadería y al tercer día dejó de ir, causándole grandes inconveniencias a la dueña. La señora no se enteró hasta medio día, de la ausencia de Lesly,  cuando llegó a la panadería y la vio cerrada. Debido a la vergüenza sufrida y al enojo que le causó, su madre esperó a que Lesly regresara a casa, tarde en la noche y la golpeó con el cable de la plancha, hasta que el brazo perdió fuerzas. Las marcas en el cuerpo de Lesly tardaron dos semanas en sanar, pero el rencor en su corazón no sanó jamás. A la siguiente semana, tomó sus pocas pertenencias y huyó de su casa en compañía de otra jovencita de catorce años, en busca del «Metálico», para pedirle ayuda.

Cuando el «Metálico» las vio llegar al punto de distribución de droga, pareció sorprendido. Lesly le contó en pocas palabras que había huido de su casa y necesitaba, junto con su amiga, de un lugar en donde vivir. El «ranflero» le dijo que él no podía ayudarla, pero sabia de alguien que si. Una hora después, los tres se adentraron en callejones en los que no cualquier persona puede poner pie. Zonas olvidadas por las autoridades que son dominadas totalmente por pandilleros y donde ellos imponen su ley. En esos lugares solamente pueden ingresar los bomberos a recoger cadáveres y las muertes nunca son investigadas por la fiscalía o la policía. El «Metalico» las condujo a una casa, donde fueron recibidas por Doña Martina, una retorcida y maliciosa mujer que reclutaba jovencitas para prostituirlas entre los pandilleros, quienes llegaban en grupos a disfrutar de las niñas, sin restricciones morales de ningún tipo. Pero el negocio no terminaba allí, ya que las niñas resultaban embarazadas en poco tiempo, así que ella las seguía prostituyendo hasta que ya no podían ocultar el embarazo, a partir de ese momento, las mantenía encerradas esperando al parto. Ella llevaba cuentas de los gastos de hospedaje, alimentación y "educación" en que incurría con cada niña, los cuales les cobraba violentamente, obligándolas a seguir prostituyéndose hasta pagar sus deudas. También les cobraba por los partos, que eran atendidos por una comadrona, que vivía cerca y guardaba un sepulcral silencio, respecto a las actividades que realizaba para Doña Martina. Posteriormente los niños recién nacidos eran vendidos a una red de contrabandistas de niños que los llevaban a países Europeos, con el fin de darlos en adopción, generando altos ingresos con este tráfico.

Lesly ignoraba todo esto, pensó que podía seguir ganando dinero transportando droga de un punto a otro, pero pronto se dio cuenta que sus fantasías se derrumbaban y que el infierno del que había escapado en su hogar, no era nada, comparado con el que le tocó vivir desde ese primer día, hasta el día de su violenta y prematura muerte.

 El último año de su vida, Lesly lo pasó entregando, diariamente, su cuerpo a grupos de cuatro, cinco y hasta diez pandilleros, que pagaban a Doña Martina con efectivo, drogas o protección. Doña Martina era una empresaria en todo el sentido de la palabra, maximizando recursos, buscando nuevas formas de atender a sus clientes, creando riqueza a partir del sufrimiento de otros. También era una mujer desalmada a la hora de cobrar deudas, vender niños recién nacidos o mandar a matar a quien le estorbaba.  El sexo practicado de esta forma es muy doloroso para la mujer, por lo que altas dosis de droga eran distribuidas entre las chicas, para que soportaran el exigente y violento gusto de los pandilleros, que inspirados en exageradas películas pornográficas, buscaban emular los abusos que los actores de las mismas, infringían a las mujeres. Bofetones, mordidas, jalones de pelo, nalgadas, penetración anal, penetración múltiple y finalizar eyaculando en la cara de la chica, eran de las cosas que a diario Lesly tuvo que soportar, sin poder protestar o negarse, ya que desde que fue aceptada en aquella maldita casa, había adquirido una deuda, que tenia que pagar de la única forma que podía, con su cuerpo.

La familia de la «Coyota», ignoraba esta situación y se imaginaban que la chica, estaba dándose la gran vida. Solo su madre oraba diariamente, por el regreso y protección de su hija, pero esas bendiciones parecían estar destinadas para otras señoritas con mejor estrella.

Lesly, quedó embarazada y a los ocho meses tuvo una prematura bebe, cuyo único contacto con la madre sucedió durante los breves instantes después del parto, en que pudo cargarla, pero le fue arrebatada agresivamente por Doña Martina, que sabía lo peligroso que podía ser, cuando las chicas se encariñaban con los infantes. El instinto maternal las volvía mas fuertes y capaces de enfrentarla. Pero si pasaba algún tiempo, las drogas hacían su efecto y las chicas caían en un sueño en vida, que las hacía otra vez, manejables. 

 Los eventos que culminaron con la muerte de Lesly, dieron inicio un día en que el «Metálico», llegó a la casa de Doña Martina, buscando a una chica que hiciera un trabajo especial, que consistía en ir a repartir teléfonos móviles en negocios, para exigirles el pago de extorsión. Para esta tarea siempre buscaban menores de edad, hombres o mujeres ya que se corría un alto riesgo de ser atrapados o vapuleados por los comerciantes, que en ocasiones estaban organizados y actuaban violentamente en contra de los mensajeros de las pandillas. Después del parto, Lesly había estado débil y demacrada, por lo que Doña Martina, la eligió para ser mensajera, ya que aun no estaba en condiciones de seguir prostituyéndose. Después de los meses de abuso y un embarazo mal atendido, Lesly era apenas una sombra de la chica energética y alegre que siempre había sido. El pelo desteñido y mal cortado, le daba un aspecto de abandono y tristeza, que había dejado de ser atractivo para los pandilleros que llegaban a tener sexo con las chicas. Era una chica descartable. 

 El «Metálico» se la llevó en una motocicleta y le dio una lista de negocios en los que tenía que entregar un teléfono y una nota, con un mensaje amenazador, dirigida al dueño del negocio. La nota indicaba la cantidad y la cuenta bancaria en donde el comerciante tenía que depositar una cuota semanal, para evitar que llegaran los sicarios a su negocio a matarlo. En el encabezado de la nota estaba escrito con tinta roja y con letras mayúsculas, el nombre del propietario, para que este supiera que lo tenían ubicado e identificado. En total ese primer día, Lesly entregó diez teléfonos en otros tantos negocios. En uno de ellos el propietario la insultó y la amenazó con matarla si llegaba de nuevo a su negocio. Después tiró el teléfono al suelo y le dio dos grandes pisotones. Lesly asustada, corrió para huir del lugar. Cerca de allí, el «Metálico» la seguía y cuando vio que había problemas, hizo una llamada telefónica a los sicarios, quienes al escuchar las palabras «Darle piso al diez», entendieron que tenían que atacar al comerciante marcado con el número diez, en la copia de la lista, que le habían dado a Lesly.

Una hora después, los sicarios llegaron en motocicletas a los alrededores del negocio número diez, de la lista y mientras uno se quedaba sentado en la motocicleta, con el motor encendido, otro se acercó al negocio y simulando que era un cliente, entró y sin mediar palabra, disparó contra aquel hombre y un muchacho que trabajaba como su ayudante. El comerciante fue llevado con vida por los bomberos a un hospital, pero su ayudante murió en aquel lugar. Esa semana los demás negocios que recibieron un teléfono móvil y una nota, pagaron puntualmente la extorsión.

El «Metálico» regresó a Lesly a la casa de Doña Martina, quedando de acuerdo para llevarla de nuevo la próxima semana, a otro sector que aun no estaba pagando extorsión.

La siguiente semana Lesly se sintió mas fuerte, había recuperado el color en las mejillas y por momentos dejaba escapar alguna sonrisa, cuando bromeaba con alguna de las chicas que compartían su suerte, en aquella casa.  El «Metálico» la llegó a buscar y la llevó de nuevo en motocicleta hacia otro sector, para que entregara teléfonos móviles y notas, pero esta vez además iba a pedir a los comerciantes que en ese momento le dieran un primer pago, para no ser atacados. Esto hacia más peligrosa la misión que le exigían realizar a Lesly. Pero no tenia opción, ella misma estaba amenazada de muerte. Ella y su familia.

Después de haber entregado cinco teléfonos móviles, llegó al sexto negocio de su lista, siempre vigilada a distancia prudencial por el «Metálico». Era una tienda de abarrotes, una típica tienda de barrio, atendida por sus propietarios. Lesly ignoraba que aquel comerciante, siempre estaba armado con un viejo revolver .38, de forma que cuando entró y puso el teléfono sobre el mostrador de vidrio, junto con la nota amenazadora, el propietario supo de inmediato de que se trataba la situación. El estaba mentalmente preparado para defenderse, sabiendo que unos días atrás un grupo de extorsionistas habían matado a otro comerciante. Pero este hombre, no estaba dispuesto a pagar y tampoco a dejarse matar sin pelear. Lesly pudo haber huido, pero como le indicaron que exigiera un pago inicial, se quedó y le habló con voz entrecortada a aquel comerciante, que debía dar un pago inicial para que no lo llegaran a matar ese mismo día. Esto terminó de encender el enojo del dueño de la tienda, quien sacó rápidamente su revólver y le disparó a la chica, acertándole un tiro, en el hombro izquierdo.

 Inmediatamente, el comerciante llamó a la policía, quienes también coordinaron que una ambulancia llegara a atender a la chica. Fue llevada a un hospital, con custodia policial y se le decomisó una cantidad de dinero en efectivo, producto de extorsiones, además de varios teléfonos móviles, notas de extorsión y una lista de negocios que debían ser amenazados. Esto, además el testimonio del tendero, era suficiente para condenarla a varios años de cárcel.  El «Metálico», vio lo que pasaba y se mezcló entre la multitud que pronto se aglomeró en las cercanías de la tienda. Después se fue para reportar a sus superiores en la pandilla, de lo sucedido.

 Lesly estuvo recuperándose en el hospital durante varias semanas, esposada a la camilla del hospital y vigilada día y noche por policías. Nadie la visitó, nadie preguntó por la «Coyota». Pero los pandilleros mantuvieron vigilancia sobre ella. Querían saber si los delataría, cuando la interrogaran los policías o un juez. Pero ella no dijo nada, estuvo en silencio, como hipnotizada por un pensamiento fijo. Maquinalmente comía, iba al servicio sanitario y se bañaba, cuando las enfermeras se lo indicaban. Tomaba los antibióticos sin protestar. Nunca se quejaba del frío, el calor o el hambre. Solo respiraba y dejaba que su corazón latiera.

 En cierto momento una enfermera sintió lastima por ella y le rogó a los policías que le quitaran las esposas, ya que le estaban dejando marcas en el brazo. La chica parecía inofensiva. Los uniformados, dudaron, pero las suplicas de la enfermera los convencieron y le quitaron las esposas, para su mayor comodidad. Todo siguió igual por otras dos semanas, Lesly estaba casi recuperada de la herida de arma de fuego y pronto sería trasladada a un centro carcelario preventivo, a la espera de la primera audiencia, donde el Juez la interrogaría para determinar si existían elementos probatorios suficientes para ligarla a proceso por el delito de extorsión.

Un día antes de que fuera dada de alta, tuvo una breve y misteriosa visita. Anita, la joven con la que había huido para buscar al «ranflero», llegó y firmó el libro de registro como una prima de Lesly. La reacción de ésta, fue de temor y desasosiego. Anita le dijo que había visitado a su familia recientemente y que estaban todos bien. La había acompañado el «Metálico» en esa visita. Este le mandaba a decir que para que su familia siguiera viviendo, ella debía mantener cerrada la boca, frente al Juez. También le recordó que tenia una deuda con el Barrio, por el dinero y teléfonos que le habían decomisado. Cuando saliera libre, debía pagar esa deuda, dejando como garantía la vida de su familia.

 Esa noche Lesly no pudo dormir, tomó la determinación de huir del hospital y viajar para los Estados Unidos, para no volver a caer en las manos de esa red de criminales. Sin embargo no tenia dinero, ni ropa. Vestía únicamente una bata de hospital y la ropa interior. Debía buscar el momento ideal, para escurrirse a los casilleros de las enfermeras para conseguir algo de ropa y con suerte también dinero. Durante la madrugada, encontró el momento, cuando la mayoría de enfermeras y policías dormitaban. Sigilosamente se deslizó de la cama, fue hacia el área de enfermeras y no se encontró a ninguna despierta. Entró furtivamente en el área de baños y vestidores, donde las confiadas enfermeras no sospechaban que algún extraño pudiera ingresar y tomar sus cosas personales. Lesly tomó lo que pudo del primer casillero que encontró sin llave. Era de la «seño» Rosita, quien afortunadamente era de su misma estatura y talla. Esa noche había recibido turno, así que no lo entregaría hasta la tarde del siguiente día. Hasta entonces y con suerte no se daría cuenta de la ropa que le hacía falta.

 El plan de Lesly era esperar la primera hora de visitas en el hospital, para ir al baño a cambiarse de ropa, sin que se dieran cuenta las enfermeras y salir mezclada con los familiares. Tenia que ir al baño cinco minutos antes de las once de la mañana, para salir con la multitud sin ser notada. Dependía de una gran suerte y la pereza del personal de vigilancia. A la hora planificada, se levantó de su cama, con el pequeño bulto de ropa, debajo del brazo. Fue al baño, donde apresuradamente se cambió de ropa, se recogió el pelo y se lavó la cara. Tiró la bata en el cesto de basura y salió junto con varias docenas de familiares que habían visitado a sus pacientes.

 Cuando llegó a la calle, caminó apresuradamente, volteando a ver para asegurarse que no la vinieran persiguiendo los guardias asignados a su custodia. Llegó a la esquina de la larga calle, dio un ultimo vistazo y se hecho a correr, con rumbo a la estación de buses que la podían llevar a su pueblo. Uno de los pilotos de bus, la conocía, por lo que no tuvo que pagar el pasaje. Llegó apresuradamente a su casa, pero su madre no estaba, solo sus hermanos mas pequeños, quienes se alegraron de verla y la atacaron con docenas de preguntas. Ella les dio respuestas a medias y les pidió que no le dijeran a nadie que ella estaba allí. Tomó prestada alguna ropa de su hermana, que seguramente estaba trabajando en ese momento. Encontró maquillaje y algo de dinero escondido entre la ropa de su hermana. Lo tomó como un préstamo y sin que sus hermanos se dieran cuenta. Después tomó un autobús y fue a buscar al «ranflero», creyendo que le daría algo de apoyo. Pero cuando llegó al «punto», el «Metálico» se portó agresivo e incomprensivo, le dijo que tenia que pagarle por la «cagada» que había hecho, dejándose atrapar. Para la pandilla era un peligro tener a la chica, porque con su escape llamaría demasiado la atención de la policía que seguramente la iría a buscar allí. El «Metálico» le dijo que tenia veinticuatro horas para pagarle una exorbitante cantidad de dinero o ella y su familia, pagarían con su vida.

Lesly desesperada fue en busca de antiguas amigas del colegio, solamente encontró a Diana, quien le permitió pasar la noche en su casa y le dio comida, dinero pero mas que todo comprensión y apoyo. Pasaron toda la noche conversando y de esa forma Lesly pudo desahogarse y contar a detalle esta cadena de acontecimientos que la tenían a pocas horas de morir.

A la mañana siguiente, Lesly se levantó temprano y se fue sin desayunar, quería llegar a una estación de buses que la llevara hacia la frontera mas cercana, para tomar rumbo a los Estados Unidos. Pero no llegó muy lejos. La pandilla la tenía vigilada y antes de que pudiera subirse al bus, aparecieron dos pandilleros que ella conocía muy bien, «Kaki» y el «Metálico». La introdujeron a un vehículo y salieron del pueblo.

 Mientras era llevada a las afueras del pueblo, Lesly pensaba en lo breve y errática que había sido su vida, sabia que la llevaban para matarla, porque conocía la forma de pensar y actuar de los sicarios, pero sacrificándose ella, salvaba a su familia. El «Kaki» y el «Metálico», le dijeron que tenían un trabajo para ella, con el que podría pagar la deuda que tenia con el «Barrio».

Llegaron en pocos minutos a un paraje desolado, conocido como «Las pozas», rodeados de una espesa muralla de pinos, era una especie de hondonada, entre tres montañas de poca altura. Solo había un camino de entrada al lugar y rara vez pasaban personas o vehículos por el lugar.
El vehículo se detuvo a pocos pasos de la poza mas grande. El «Kaki» había recibido ordenes de degollarla y lanzar su cuerpo a la poza mayor. Sin embargo el «Metálico» quiso violarla una vez más. Lesly seguía siendo atractiva a pesar de su extrema delgadez y el descuido de su pelo y apariencia. Además era una forma de degradarla y humillarla, para enviar así un mensaje a otras chicas que quisieran traicionar al «Barrio».

Bajó el «Kaki» del automóvil y a base de jalones, sacó a Lesly del asiento trasero donde venia, acompañada del «Metálico». Sin mediar palabra empezó a golpearla en el rostro, con el puño cerrado, tal y como le ordenaron. Su compañero bajó también del automóvil dispuesto a participar en la golpiza. Lesly apenas se defendía, tenía la leve esperanza de que los dos pandilleros se conformaran con golpearla, sin llegar a matarla, después de todo, ella era parte de la pandilla, o al menos eso creía. Ignoraba que para los pandilleros, ella solo era un pedazo de carne, que podían esclavizar y victimizar a su antojo, lejos del alcance de la ley.

Minutos después, Lesly, yacía semiconsiente en el suelo, con sangre saliendo de su nariz y de su boca. Los dos pandilleros respiraban agitadamente por el enorme esfuerzo. El «Metálico» se inclinó hacia la chica y empezó a arrancarle la ropa. Lesly con un último resto de energía, intentó oponerse. Esto sirvió para que los pandilleros le dieran otra dosis de golpes. Cuando terminó el «Metálico» de desnudarla, abusó sexualmente de ella, de una forma abusiva y violenta. De la misma forma lo hizo el «Kaki». Cuando se cansaron de hacerlo, el «Kaki» fue hacia el automóvil a traer un largo y filoso cuchillo de carnicero. Sin esperar nada más, cortó el cuello de Lesly, quien apenas reaccionó y fuertes convulsiones se apoderaron de su cuerpo, mientras se desangraba rápidamente, emitió un agudo grito que resonó por las montañas adyacentes.

Murió en menos de un minuto. Su cuerpo fue llevado a rastras hacia la poza mas grande y lanzada por los pandilleros, asegurándose que quedara flotando boca abajo, para cumplir de esa forma la orden explicita que les habían dado sus lideres, por medio de una llamada telefónica, originada en una cárcel pública en donde estaban recluidos y desde donde dirigían cada acción que era ejecutada por sus «hommies».

La muerte de Lesly, conmocionó a todo el pueblo, tanto por la saña de los asesinos, como por la historia que se acaba de detallar, que fue armándose a partir de varias fuentes, entre ellas la chica con la que Lesly había huido de su casa. Los culpables no recibieron ningún castigo por parte de la ley. El crimen sigue sin ser resuelto, para empezar porque no se han hecho esfuerzos para investigar. Porque es solo, otra triste historia que ocurrió en el pueblo.

Escrito por: Javier España
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