Ficción de Terror Cotidiano 4 - Algo de inspiración



 
Suelo presentarme con mi banda ante el público cantando o leyendo mi poesía, pero la presentación más extraña que recuerdo sucedió durante el verano de 2003. Nos invitó el alcalde de una población calurosa y llena de arena desértica, pero con una comunidad rockera muy fuerte, dispuesta a pagar por una presentación de nuestra banda. Nos contaba don Sebastián, el alcalde, que había escuchado un concierto nuestro en un centro turístico y a su hijo le gustó mucho. El Alcalde deseaba que el cumpleaños numero veintitrés, de su hijo Rodrigo, fuera muy especial, por lo que no reparó en gastos.
 
La mansión a donde fuimos conducidos por un grupo de guardaespaldas, era enorme, no parecía una casa, sino un Mall. Nuestro equipaje e instrumentos musicales se habían quedado en la estación de buses, pero la traerían otros empleados del alcalde. Cuando llegué a la entrada de la mansión me llamó mucho la atención un pequeño rótulo, escrito a mano que anunciaba que se "Vendía queso y crema". Pensé que difícilmente alguien podría construir una hacienda como esa, vendiendo solo queso y crema, pero no estaba allí para juzgar a mis anfitriones y quienes iban a pagar una cantidad sustancialmente mayor que la cuota común, que solíamos cobrar por presentarnos.
 
Don Sebastián nos invitó a un frugal desayuno en una terraza con piso de ladrillo, que tenia una  pérgola de madera para brindar sombra, ya que una buganvilia con flores de varios colores, cuyos brazos se enredaban en los espacios vacíos de la pérgola. Era en esa terraza donde íbamos a tocar para un selecto público, compuesto por amigos cercanos de Rodrigo, su familia y seguramente  algunos guardaespaldas.
 
El resto del día pudimos pasear por la hacienda, conducidos por Rodrigo y sus guardias personales. Fuimos a un enorme establo, donde Rodrigo nos mostró orgulloso a varios de sus caballos de exhibición, los cuales solo podían ser montados por él y su padre, durante los desfiles hípicos que se realizaban en fechas de fiesta en el pueblo. Pero el cumpleañero, nos invitó a  montar en otros caballos que ya estaban preparados para nosotros. Uno de los miembros de la banda, el baterista Daniel, se excusó de montar caballo porque nos contó que de niño, se cayó de uno y esa era la razón de su leve cojera, que afortunadamente no le había truncado el sueño de ser músico. Rodrigo entendió y lo invitó a que fuera a alguna de las piscinas de la hacienda. Para que no se quedara solo, Ramiro el tecladista se quedó a hacerle compañía, de forma que solo Armando el bajista y yo, nos quedamos para el paseo a caballo. Pero Rodrigo era un joven impetuoso y autoritario, así que nos retó a subir al caballo sin silla. A esta forma de cabalgar se le conoce como "ir a pelo", porque solo una sencilla rienda hecha con lazo y las crines del caballo sirven para sostenerse sobre él. Rodrigo nos aseguró que eran caballos mansos y que solo teníamos que presionar con las piernas para dirigirlos.
 
 
Un poco de presión con la pierna derecha y el caballo iría en esa dirección y lo mismo para la izquierda. Pero nos advirtió que no presionáramos demasiado fuerte, porque el caballo entendería que queríamos ir mas rápido.
 
La primera parte del paseo fue tranquila, cabalgamos lentamente por un sendero y llegamos hasta los potreros donde se ordeñaban las vacas desde temprano, para producir el queso y la crema que ofrecían en el rótulo de la entrada. En la lejanía habían unos graneros, donde un grupo de trabajadores mantenían una febril actividad, descargando paquetes desde camionetillas agrícolas, para guardarlas en los graneros.

Varios de ellos detuvieron su trabajo cuando vieron que pasábamos cerca, pero seguramente reconocieron al hijo de su patrón y lo saludaron levantando sus sombreros respetuosamente. Después continuaron con su intenso trabajo.
 
La cabalgata llegó hasta una rustica pista de aterrizaje de avionetas, apenas lo suficientemente larga para permitir que las mismas pudieran aterrizar y despegar. En un hangar pude divisar dos Cesnas de diferentes modelos, que estaban recibiendo mantenimiento, tal vez preparándose para salir en breve.
 
Llegamos hasta el pie de una montaña, que Rodrigo nos contó era protegida por tres serpientes gigantes y por esa razón nadie subía hasta la cúspide nunca. Allí tomamos un descanso. Lo extraño fue que Rodrigo nos pidió que lo esperáramos un rato, ya que tenia que hacer algo. Se perdió entre unos matorrales acompañado por uno de sus guardias, mientras el otro no se quiso bajar del caballo y se quedó allí, para hacernos compañía o para vigilarnos, no lo sé.
 
Cuando Rodrigo regresó se le veía mas animado, subió de un salto a su caballo y nos retó a que regresáramos a la casa principal galopando a toda velocidad. Ni Armando ni yo teníamos experiencia en montar caballos y menos a todo galope, pero el tono de voz de nuestro anfitrión estaba lejos de ser una invitación.
 
Montamos en los caballos y empezamos a trotar. Pero Rodrigo presionó con fuerza los costados de su caballo y este empezó a aumentar la velocidad. Esto hizo que sin que yo se lo pidiera mi caballo empezara a perseguir al de Rodrigo. Apreté fuerte la rienda y enredé mis dedos en la crin dorada de mi caballo. Apreté con fuerza las piernas para no caerme. En pocos segundos mi caballo estaba a la par del de Rodrigo a todo galope. Armando fue lo suficiente precavido como para frenar a su caballo antes de que galopara a toda velocidad, por lo que se quedó atrás y continuó trotando. El guardia se quedó para acompañarlo de regreso a la mansión.
 
Mientras tanto nuestra alocada carrera seguía, por entre senderos y cercas que tenían alambres de púas, para detener a las vacas. Rodrigo era lo suficientemente hábil como para conducir a su caballo, al que seguramente conocía bien, pero yo solo me aferraba al mío, que por instinto seguía en dirección y velocidad al otro caballo. Llegó un momento en que empecé a disfrutar del galope. El aire en la cara, la fuerza del caballo llevándome a toda velocidad por un hermoso campo. Pero el miedo a caerme, era fuerte también. La carrera estaba por llegar a su fin, cuando llegamos a la enorme puerta que daba a los potreros. Alguien la había cerrado después que pasamos. De forma que debíamos detener al caballo, ya que no había para donde seguir corriendo y la cerca era muy alta para saltarla, si es que supiera como hacer que el caballo lo hiciera.
 
Rodrigo logró dominar a su caballo, jalando la rienda y moviendo sus piernas de forma que le indicó al caballo que se detuviera de inmediato. El caballo reaccionó enterrando las patas en la tierra y  sentando sus cuartos traseros para detenerse. Mientras su jinete se aferró al cuello del caballo evitando caerse.
 
Yo no sabía hacer todo eso, así que seguí montado en el caballo por unos metros mas, pensando que el caballo no se detendría a tiempo y yo saldría volando hacia adelante, cuando chocara su cabeza en la cerca. Tomé la decisión de saltar por un lado, para salvarme. Solté la rienda y las crines y me incliné hacia la izquierda. Caí en el suelo, golpeando con la cadera primero y luego intenté rodar para asimilar mejor el golpe. Afortunadamente la tierra estaba suelta y una gruesa capa de polvo amortiguó la caída. Sin embargo si me lastimé la cadera.
 
Rodrigo no paraba de reír, porque un instante después de que yo me lancé del caballo, éste se detuvo, para evitar la cerca. Esa fue la anécdota graciosa durante el almuerzo y cuando me revisé la cadera, vi que tenia un enorme hematoma y seguí con el dolor durante varios días, pero al menos estaba vivo y no me fracturé ningún hueso.
 
Aun así, me preparé para tocar en la presentación. Tuve que hacerlo sentado, para sostener la guitarra y con la idea de no moverme tanto. Cuando llegó la hora de iniciar, aun sentía un intenso dolor, que utilicé para poder interpretar algunas canciones de desamor y leer al publico poemas, que realmente les gustaron. En cierto momento decidimos hacer una pausa, antes de la parte final del show.
 
Aproveché para ir al baño, con la idea de tomarme un analgésico, para controlar el dolor y también refrescarme un poco. Rodrigo entró al baño, cuando estaba a punto de salir. Iba acompañado de dos de sus guardias y me dijo que quería platicar un rato conmigo. Me pareció extraño que quisiera hablar en el baño, pero no podía rehusarme.  Se acercó al amplio lavamanos y sacó un pequeño espejo que puso allí, después de limpiarlo bien con un poco de papel. De la bolsa derecha de su chaqueta de cuero, sacó un colmillo de plástico y una hoja de afeitar. Me dijo que era cocaína de la buena, que la había raspado directamente de un kilo. Que me iba ayudar para lo que quedaba del show. Yo le dije que no quería en ese momento, pero destapó el colmillo y dejo caer un poco en el espejo. Después con la hoja de afeitar picó la cocaína, para quitarle grumos, después formo tres líneas. Sacó de su cartera un billete de cien dólares nuevo. Lo enrolló y me lo dio sin decir nada más. Yo sabia
que no podía rehusarme.  Así que resignadamente, aspiré las tres líneas y regresé con la banda. Les conté la experiencia en pocas palabras y les dije que no sabia como iba a reaccionar en los próximos minutos.
 
Lo cierto es que no recuerdo que pasó después de hablar con mi banda. Ellos dicen que empecé a cantar y tocar la guitarra a un ritmo mas rápido, así que ellos trataron de seguirme, tal como mi caballo había tratado de seguir al de Rodrigo. También me cuentan, que en cierto momento les pedí que me dejaran cantar solo, canciones que no estaban en el repertorio, pero que solíamos cantar durante los ensayos. Canciones como "Knockin on heaven`s door", "Like a rolling stone" o "House of risin`s Sun" de Bob Dylan. También canciones del Grupo "Sui Generis", como "Confesiones de invierno", "Canción para mi muerte" y "Juan Represión". Pero llegó un momento en que solo tocaba la guitarra y no se entendía lo que cantaba, por lo que ellos regresaron al escenario y terminaron la presentación.
 
Después me llevaron a la habitación que nos habían asignado y hasta la tarde del próximo día, estuvieron cuidando que no fuera a tener un "mal viaje". En las primeras horas de la noche ya me sentí mejor y les pedí que regresáramos a casa. Ni don Sebastián, ni Rodrigo nos pudieron despedir, ya que habían salido de viaje en avioneta, según nos explicó uno de los guardias, aunque si nos dejaron la paga ofrecida y una generosa propina, con una nota de Rodrigo que decía:
 
"Te felicito por tu magnifica presentación, estoy seguro que eres un gran músico... solo necesitas algo de inspiración"
 
 
Escrito por: Javier España
www.jesemprendimiento.blogspot.com
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