¿Sabias que fumar perdió su encanto?

 
A finales de los años 80 hice mis primeros acercamientos al antiguo y últimamente devaluado habito de fumar. Como todo adolescente queriendo parecer mayor y en control de su vida, adopté al cigarrillo como mi bandera de libertad, aquello que me separaba de los niños que aun caminaban sujetandose de la falda de su madre. Tambien dejé que un incipiente bigote apareciera sobre mi labio superior.
 
Con el tiempo fui aumentando la cantidad que consumia, hasta llegar a la cajetilla completa en un dia, que era el limite que mis amigos con mas experiencia, habian alcanzado antes y demostraba nuestro autentico compromiso con el habito. Para ser sincero, no me atrevia en esos dias a fumar enfrente de mis padres y siempre tenia goma de mascar a la mano, para evitar que el aliento a alquitran y nicotina, me delatara. Sin embargo, el mensaje mas fuerte que mi padre me envió respecto a  fumar fue durante una fiesta familiar, que se realizó un dia viernes por la noche. Mientras la familia se divertia cenando y compartiendo un pastel, yo me salí a la calle con mi mejor amigo, al que habia invitado a la fiesta, para fumar un cigarrillo.  Estabamos de lo mas felices, cuando se aparece mi padre y en lugar de regañarme, me pidió un cigarrillo. Me quedé mudo, pero  maquinalmente saqué un cigarrillo con sabor mentol y el encendedor Zippo, que era mi orgullo ante mis amigos, para encendérselo.

No me dijo nada, solo le dió un par de caladas al cigarrillo y regresó a la fiesta. Despues de esa noche, dejé de fumar por varios años, hasta que ya estando en la Universidad retomé el habito, junto con mis compañeros mas cercanos. 
 
Fue en esa epoca cuando llegamos el habito de fumar cigarrillos a un nuevo nivel. Descubrí una marca de cigarrillos mas cara y exclusiva, haciéndome adicto pronto a estos cigarrillos que eran mas pequeños, pero de sabor mas intenso. También aumenté mi colección de encendedores y ceniceros. En ese tiempo tenia mi propio apartamento, así que mis amigos que no tenían donde darle rienda a su habito, llegaban al mío, sabiendo que podían fumar y beber licor sin ninguna restricción. Fue también en esa época, que formé mi primera banda de rock. Los ensayos parecían una película de terror, por la niebla que nos envolvía, ya que por cada canción que escribimos fumábamos dos o tres cajetillas de cigarrillos sin parar. El verdadero desastre venia cuando no teníamos fuego para encender los cigarrillos, ya sea porque se había terminado el gas de mi encendedor o porque no habían cerillas.
 
Eramos capaces de encender fuego con piedras o ir a la cocina  a encender los cigarrillos en la hornilla de la estufa, con tal de no parar de fumar.  Teníamos varios juegos con el cigarrillo, por ejemplo crear una nube espesa que salía de la boca y la aspirábamos por la nariz. También el típico
juego de fabricar aros de humo. 
 
En cierto momento alguien de la banda consiguió habanos cubanos y los llevó a uno de  los ensayos, pero ninguno llegó a disfrutarlo realmente. Fue solo años después, con la ayuda de un amigo conocedor, que pude aprender los secretos de disfrutar un habano, desde que se saca del empaque, se corta, se enciende y se fuma, es decir, se aspira sin dar el "golpe", para luego dejar que el humo genere sensaciones aromáticas en la boca y lengua. Después dejar que el humo inunde la habitación y por supuesto... darse el aire de grandeza, que todo fumador de habanos quiere transmitir.
 
Las fiestas a las que acudimos a tocar y los bares en los que pudimos presentarnos, estuvieron siempre inundados de humo, que se mezclaba muy bien con las luces del escenario. Las chicas se miraban mas atractivas con un cigarrillo en la boca y un tequila en la mano.  Después de hacerles el amor, era un placer extra, quedarnos acostados lanzando bocanadas de humo al techo. Si era un motel buscábamos el que tenia espejo en el techo, para vernos dibujar o al menos tratar de dibujar corazones con el humo de cigarrillo.
 
También íbamos al cine mas barato de adultos, con los amigos, donde poníamos los pies en la butaca de enfrente y fumábamos tantos cigarrillos como pudiéramos durante la película. La penumbra del cine y el constante ruido del proyector, eran el marco perfecto para disfrutar de dos de nuestros más arraigados hábitos.
 
Era una época de libertad y rebeldía.
 
De pronto, un movimiento social empezó a atacar el derecho de fumar en donde a uno se le diera la real gana. Descubrieron que el fumador pasivo sufría daños colaterales en la salud, por inhalación de humo. Ese movimiento fue calando en la sociedad, hasta que se convirtió en la "Ley de espacios libres de humo de cigarrillo", que nos trajo al momento actual, donde es muy difícil encontrar un lugar donde disfrutar tranquilamente de un buen cigarrillo.
 
Para mi el ultimo refugio fue mi automóvil. Mientras aun fumaba, recuerdo cuanto llegué a amar los encendedores de cigarrillos en el automóvil. Era hermoso presionarlo y esperar a que la resistencia se calentara, mientras yo seguía manejando y con un augusto gesto, lo sacaba de la base y lo acercaba sin voltear a ver, al cigarrillo que ya tenia en la boca, para encenderlo, dándole dos fuertes caladas. después dejarlo en su base y todo sin reducir la velocidad. Era alucinante.
 
Dejé finalmente el cigarrillo, cuando me di cuenta que no podía fumarme uno, a no ser que buscara lugares cada vez mas remotos o clandestinos para hacerlo. Hay algunos  bares que se arriesgan a ser multados o cerrados, pero que dejan que los clientes disfruten del ancestral hábito. Pero cada vez son menos.
 
 Así que  decidí que si no puedo disfrutar de algo tan intimo y placentero, donde yo quiera, simplemente no quiero hacerlo.
 
Autor: Javier España-Simon
 
#JESEmprendimiento
 
 
 
 

 

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